Página 163 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Una generosa invitación
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llosos milagros si tan sólo los hombres quisieren hacer la parte que
Dios les ha encomendado. En los corazones humanos puede obrarse
hoy una transformación tan grande como la que se operó en las
generaciones pasadas. Juan Bunyan fue redimido de la profanidad
y las borracheras; Juan Newton de la trata de esclavos, para que
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proclamaran a un Salvador elevado en alto. Un Bunyan y un Newton
pueden redimirse de entre los hombres hoy día. Mediante los agentes
humanos que cooperen con los divinos serán reivindicados muchos
pobres perdidos, quienes a su vez tratarán de restaurar la imagen de
Dios en el hombre. Hay quienes han tenido muy escasas oportunida-
des, y han transitado por los caminos del error porque no conocían
ningún camino mejor, a los cuales les llegarán los rayos de la luz.
Como vinieron a Zaqueo las palabras de Cristo: “Hoy es necesario
que pose en tu casa”
así vendrá a ellos la palabra; y se descubrirá
que aquellos a quienes se suponía pecadores endurecidos tienen un
corazón tan tierno como el de un niño porque Cristo se ha dignado
tenerlos en cuenta. Muchos se volverán de los más groseros errores
y pecados, y tomarán el lugar de otros que han tenido oportunidades
y privilegios pero que no los han apreciado. Serán considerados los
elegidos de Dios, escogidos y preciosos; y cuando Cristo venga en
su reino, estarán junto a su trono.
Pero “mirad que no desechéis al que habla”
Jesús dijo: “Nin-
guno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena”.
Habían rechazado la invitación, y ninguno de ellos fue invitado de
nuevo. Al rechazar a Cristo, los judíos estaban endureciendo sus
corazones, y entregándose al poder de Satanás, hasta que les era
imposible aceptar su gracia. Así es ahora. Si no se aprecia el amor
de Dios, ni llega a ser un principio perdurable que ablande y subyu-
gue el alma, estaremos completamente perdidos. El Señor no puede
manifestar más amor que el que ha manifestado. Si el amor de Jesús
no subyuga el corazón, no hay medios por los cuales podamos ser
alcanzados.
Cada vez que rehusáis escuchar el mensaje de misericordia, os
fortalecéis en la incredulidad. Cada vez que dejáis de abrir la puerta
de vuestro corazón a Cristo, llegáis a estar menos y menos dispuestos
a escuchar su voz que os habla. Disminuís vuestra oportunidad de
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responder al último llamamiento de la misericordia. No se escriba
de vosotros como del antiguo Israel: “Efraim es dado a los ídolos;