Capítulo 20—El mayor peligro del hombre
Este capítulo está basado en Lucas 12:13-21.
Cristo estaba enseñando, y, como de costumbre, otros, además
de sus discípulos, se habían congregado a su alrededor. Había estado
hablando a sus discípulos de las escenas en las cuales ellos habían
de desempeñar pronto una parte. Debían proclamar las verdades que
él les había confiado, y se verían en conflicto con los gobernantes de
este mundo. Por causa de él habían de ser llevados ante tribunales,
y ante magistrados y reyes. El les había asegurado que habían de
recibir tal sabiduría que ninguno los podría contradecir. Sus propias
palabras, que conmovían los corazones de la multitud y confundían
a sus astutos adversarios, testificaban del poder de aquel Espíritu
que él había prometido a sus seguidores.
Pero había muchos que deseaban la gracia del cielo únicamente
para satisfacer sus propósitos egoístas. Reconocían el maravilloso
poder de Cristo al exponer la verdad con una luz clara. Oyeron la
promesa hecha a sus seguidores de que les sería dada sabiduría es-
pecial para hablar ante gobernantes y magistrados. ¿No les prestaría
él su poder para su provecho mundanal?
“Y díjole uno de la compañía: Maestro, di a mi hermano que
parta conmigo la herencia”. Por medio de Moisés, Dios había dado
instrucciones en cuanto a la transmisión de la herencia. El hijo
mayor recibía una doble porción de la propiedad del padre
mientras
que los hermanos menores se debían repartir partes iguales. Este
hombre cree que su hermano le ha usurpado la herencia. Sus propios
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esfuerzos por conseguir lo que considera como suyo han fracasado;
pero si Cristo interviene obtendrá seguramente su propósito. Ha oído
las conmovedoras súplicas de Cristo, y sus solemnes denuncias a
los escribas y fariseos. Si fueran dirigidas a su hermano palabras tan
autoritarias, no se atrevería a rehusarle su parte al agraviado.
En medio de la solemne instrucción que Cristo había dado, este
hombre había revelado su disposición egoísta. Podía apreciar la
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