El mayor peligro del hombre
169
capacidad del Señor, la cual iba a obrar en beneficio de sus asuntos
temporales, pero las verdades espirituales no habían penetrado en
su mente y en su corazón. La obtención de la herencia constituía
su tema absorbente. Jesús, el Rey de gloria, que era rico, y que no
obstante, por nuestra causa se hizo pobre, estaba abriendo ante él
los tesoros del amor divino. El Espíritu Santo estaba suplicándole
que fuese un heredero de la herencia “incorruptible, y que no puede
contaminarse, ni marchitarse”
El había visto la evidencia del poder
de Cristo. Ahora se le presentaba la oportunidad de hablar al gran
Maestro, de expresar el deseo más elevado de su corazón. Pero a
semejanza del hombre del rastrillo que se presenta en la alegoría de
Bunyan, sus ojos estaban fijos en la tierra. No veía la corona sobre
su cabeza. Como Simón el mago, consideró el don de Dios como un
medio de ganancia mundanal.
La misión del Salvador en la tierra se acercaba rápidamente
a su fin. Le quedaban solamente pocos meses para completar lo
que había venido a hacer para establecer el reino de su gracia. Sin
embargo, la codicia humana quería apartarlo de su obra, para hacerle
participar en la disputa por un pedazo de tierra. Pero Jesús no podía
ser apartado de su misión. Su respuesta fue: “Hombre, ¿quién me
puso por juez o partidor sobre vosotros?”
Jesús hubiera podido decirle a ese hombre lo que era justo. Sabía
[200]
quién tenía el derecho en el caso, pero los hermanos discutían porque
ambos eran codiciosos. Cristo dijo claramente que su ocupación no
era arreglar disputas de esta clase. Su venida tenía otro fin: predicar el
Evangelio y así despertar en los hombres el sentido de las realidades
eternas.
La manera en que Cristo trató este caso encierra una lección
para todos los que ministran en su nombre. Cuando él envió a los
doce, les dijo: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se
ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos,
echad fuera demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia”
Ellos
no habían de arreglar los asuntos temporales de la gente. Su obra
era persuadir a los hombres a reconciliarse con Dios. En esta obra
estribaba su poder de bendecir a la humanidad. El único remedio
para los pecados y dolores de los hombres es Cristo. Únicamente
el Evangelio de su gracia puede curar los males que azotan a la
sociedad. La injusticia del rico hacia el pobre, el odio del pobre