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Palabras de Vida del Gran Maestro
recibieran socorro y simpatía. Tal era el caso del mendigo y el rico.
Lázaro necesitaba grandemente socorro; porque no tenía amigos,
hogar, dinero ni alimento. Sin embargo, mientras el rico noble podía
suplir todas sus necesidades, lo dejaba en esa condición día tras día.
El que podía aliviar grandemente los sufrimientos de su prójimo,
vivía para sí, como muchos lo hacen hoy día.
En la actualidad hay muchos, muy cerca de nosotros, que están
hambrientos, desnudos y sin hogar. El descuido manifestado por
nosotros al no dar de nuestros medios a esos necesitados y dolientes,
nos carga con una culpabilidad que algún día temeremos afrontar.
Toda avaricia es condenada como idolatría. Toda complacencia
egoísta es una ofensa a la vista de Dios.
Dios había hecho del rico un mayordomo de sus medios, y su
deber era atender casos tales como el del mendigo. Se había dado
el mandamiento: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón,
y de toda tu alma, y con todo tu poder”, y “amarás a tu prójimo
como a ti mismo”
El rico era judío, y conocía este mandato de
Dios. Pero se olvidó de que era responsable por el uso de esos
medios y capacidades que se le habían confiado. Las bendiciones
del Señor descansaban abundantemente sobre él, pero las empleaba
egoístamente, para honrarse a sí mismo y no a su Hacedor. Su
obligación de usar esos dones para la elevación de la humanidad,
era proporcional a esa abundancia. Tal era la orden divina, pero el
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rico no pensó en su obligación para con Dios. Prestaba dinero, y
cobraba interés por lo que había prestado; pero no pagaba interés por
lo que Dios le había prestado. Tenía conocimiento y talentos, pero
no los utilizaba. Olvidado de su responsabilidad ante Dios, dedicaba
al placer todas sus facultades. Todo lo que lo rodeaba, su círculo
de diversiones, la alabanza y la lisonja de sus amigos, ministraba a
su gozo egoísta. Tan absorto estaba en la sociedad de sus amigos
que perdió todo sentido de su responsabilidad de cooperar con Dios
en su ministración de misericordia. Tuvo oportunidad de entender
la Palabra de Dios y practicar sus enseñanzas; pero la sociedad
amadora del placer que él escogió ocupaba de tal manera su tiempo
que se olvidó del Dios de la eternidad.
Vino el tiempo en que se realizó un cambio en la condición de
los dos hombres. El pobre había sufrido todos los días, pero había
sido paciente y soportado en silencio. Con el transcurso del tiempo