Cómo se decide nuestro destino
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no están convertidos. Puede ser que tomen parte en el culto, puede
ser que canten el salmo: “Como el ciervo brama por las corrientes
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de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”
pero dan
testimonio de una falsedad. No son más justos a la vista de Dios que
los más señalados pecadores. El alma que suspira por la excitación
de los placeres mundanos, la mente que ama la ostentación, no puede
servir a Dios. Como el rico de la parábola, una persona tal no siente
inclinación a luchar contra los deseos de la carne. Se deleita en la
complacencia del apetito. Escoge la atmósfera del pecado. Es de
repente arrebatado por la muerte, y desciende al sepulcro con el
carácter que ha formado durante su vida de compañerismo con los
agentes satánicos. En el sepulcro no tiene poder de escoger nada,
sea bueno o malo; porque el día que el hombre muere, perecen sus
pensamientos
Cuando la voz de Dios despierte a los muertos, él saldrá del
sepulcro con los mismos apetitos y pasiones, los mismos gustos y
aversiones que poseía en vida. Dios no obra ningún milagro pa-
ra regenerar al hombre que no quiso ser regenerado cuando se le
concedió toda oportunidad y se le proveyó toda facilidad para ello.
Mientras vivía no halló deleite en Dios, ni halló placer en su servicio.
Su carácter no se halla en armonía con Dios y no podría ser feliz en
la familia celestial.
Hoy día existe una clase de personas en nuestro mundo que
tienen la justicia propia. No son comilones, no son borrachos, no
son incrédulos; pero quieren vivir para sí mismos, no para Dios. El
no se halla en sus pensamientos; por consiguiente se los clasifica
con los incrédulos. Si les fuera posible entrar por las puertas de la
ciudad de Dios, no podrían tener derecho al árbol de la vida; porque
cuando los mandamientos de Dios fueron presentados ante ellos con
todos sus requerimientos dijeron: No. No han servido a Dios aquí;
por consiguiente no lo servirían en lo futuro. No podrían vivir en su
presencia, y no se sentirían a gusto en ningún lugar del cielo.
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Aprender de Cristo significa recibir su gracia, la cual es su ca-
rácter. Pero aquellos que no aprecian ni aprovechan las preciosas
oportunidades y las sagradas influencias que les son concedidas en
la tierra, no están capacitados para tomar parte en la devoción pura
del cielo. Su carácter no está modelado de acuerdo con la similitud