Capítulo 27—La verdadera riqueza
Este capítulo está basado en Lucas 10:25-37.
Entre los judíos la pregunta “¿Quién es mi prójimo?” causaba
interminables disputas. No tenían dudas con respecto a los paganos
y los samaritanos. Estos eran extranjeros y enemigos. ¿Pero dónde
debía hacerse la distinción entre el pueblo de su propia nación y entre
las diferentes clases de la sociedad? ¿A quién debía, el sacerdote,
el rabino, el anciano considerar como su prójimo? Ellos gastaban
su vida en una serie de ceremonias para hacerse puros. Enseñaban
que el contacto con la multitud ignorante y descuidada causaría
impureza, que exigiría un arduo trabajo quitar. ¿Debían considerar a
los “impuros” como sus prójimos?
Cristo contestó esta pregunta en la parábola del buen samaritano.
Mostró que nuestro prójimo no significa una persona de la misma
iglesia o la misma fe a la cual pertenecemos. No tiene que ver con
la raza, el color o la distinción de clase. Nuestro prójimo es toda
persona que necesita nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma
que está herida y magullada por el adversario. Nuestro prójimo es
todo el que pertenece a Dios.
La parábola del buen samaritano fue suscitada por una pregunta
que le hizo a Cristo un doctor de la ley. Mientras el Salvador estaba
enseñando, “un doctor de la ley se levantó, tentándole y diciendo:
Maestro, ¿haciendo qué cosa poseeré la vida eterna?” Los fariseos
habían sugerido esta pregunta al doctor de la ley, con la esperanza
de que pudieran entrampar a Cristo en sus palabras, y escucharon
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ávidamente para ver qué respondería. Pero el Salvador no entró en
controversias. Le exigió la contestación al mismo que había pregun-
tado. “¿Qué está escrito en la ley?—le interrogó—. ¿Cómo lees?”
Los judíos todavía acusaban a Cristo de considerar livianamente
la ley dada desde el Sinaí, pero él volvió la pregunta referente a la
salvación hacia la observancia de los mandamientos de Dios.
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