Página 274 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Capítulo 28—Bases para la recompensa final
Este capítulo está basado en Mateo 19:16-30; 20:1-16; Marcos
10:17-31;Lucas 18:18-30.
Los judíos casi habían perdido de vista la verdad de la abundante
gracia de Dios. Los rabinos enseñaban que el favor divino había
que ganarlo. Esperaban ganar la recompensa de los justos por sus
propias obras. Así su culto era impulsado por un espíritu codicioso
y mercenario. Aun los mismos discípulos de Cristo no estaban del
todo libres de este espíritu, y el Salvador buscaba toda oportunidad
para mostrarles su error. Precisamente antes que él diera la parábola
de los obreros, ocurrió un suceso que le brindó la oportunidad de
presentar los buenos principios.
Mientras iba por el camino, un joven príncipe vino corriendo
hacia él, y arrodillándose, lo saludó con reverencia. “Maestro bueno,
¿qué bien haré para tener la vida eterna?” preguntó.
El príncipe se había dirigido a Cristo meramente como a un
honrado rabí, no discerniendo en él al Hijo de Dios. El Salvador
dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno, es
a saber, Dios”. ¿En qué te basas para llamarme bueno? Dios es el
único bueno. Si me reconoces a mí como tal, me debes recibir como
su Hijo y Representante.
“Si quieres entrar en la vida—añadió—, guarda los mandamien-
tos”. El carácter de Dios está expresado en su ley; y para que estés
en armonía con Dios, los principios de su ley deben ser la misma
fuente de cada acción tuya.
Cristo no disminuye las exigencias de la ley. En un lenguaje
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inconfundible, presenta la obediencia a ella como la condición de la
vida eterna: la misma condición que se requería de Adán antes de su
caída. El Señor no espera menos del alma ahora que lo que esperó
del hombre en el paraíso: perfecta obediencia, justicia inmaculada.
El requisito que se ha de llenar bajo el pacto de la gracia es tan
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