Página 275 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Bases para la recompensa final
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amplio como el que se exigía en el Edén: la armonía con la ley de
Dios, que es santa, justa y buena.
A las palabras: “Guarda los mandamientos”, el joven respondió:
“¿Cuáles?” El pensaba que se refería a algunos preceptos ceremo-
niales; pero Cristo estaba hablando de la ley dada desde el Sinaí.
Mencionó varios mandamientos de la segunda tabla del Decálogo,
y entonces los resumió todos en el precepto: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”.
El joven respondió sin vacilación: “Todo esto guardé desde mi
juventud: ¿qué más me falta?” Su concepción de la ley era externa
y superficial. Juzgado por una norma humana, él había conservado
un carácter intachable. En alto grado, su vida externa había estado
libre de culpa; ciertamente pensaba que su obediencia había sido sin
defecto. Sin embargo, tenía un secreto temor de que no estuviera
todo bien entre su alma y Dios. Esto fue lo que lo indujo a preguntar:
“¿Qué más me falta?”
“Si quieres ser perfecto—dícele Jesús—, anda, vende lo que tie-
nes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.
Y oyendo el mancebo esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas
posesiones”.
El que se ama a sí mismo es un transgresor de la ley. Jesús
deseaba revelarle esto al joven, y le dio una prueba que pondría de
manifiesto el egoísmo de su corazón. Le mostró la mancha de su
carácter. El joven no deseaba mayor iluminación. Había acariciado
un ídolo en el alma; el mundo era su dios. Profesaba haber guardado
los mandamientos, pero carecía del principio que es el mismo es-
píritu y la vida de todos ellos. No tenía un verdadero amor a Dios
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o al hombre. Esto significaba la carencia de algo que lo calificaría
para entrar en el reino de los cielos. En su amor a sí mismo y a
las ganancias mundanales estaba en desacuerdo con los principios
del cielo. Cuando este joven príncipe vino a Jesús, su sinceridad y
fervor ganaron el corazón del Salvador. “Mirándole, amóle”. En este
joven vio él a uno que podría ser útil como predicador de justicia. El
quería recibir a este noble y talentoso joven tan prestamente como
recibió a los pobres pescadores que lo siguieron. Si el joven hubiera
consagrado su habilidad a la obra de salvar almas, habría llegado a
ser un diligente obrero de éxito para Cristo.