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Palabras de Vida del Gran Maestro
La palabra de Dios choca a menudo con rasgos de carácter here-
ditarios y cultivados del hombre y con sus hábitos de vida, pero el
oidor que se asemeja al buen terreno, al recibir la palabra, acepta to-
das sus condiciones y requisitos. Sus hábitos, costumbres y prácticas
se someten a la palabra de Dios. Ante su vista los mandamientos del
hombre finito y falible, se hacen insignificantes al lado de la palabra
del Dios infinito. De todo corazón y con un solo propósito busca la
vida eterna, y obedecerá la verdad a costa de pérdidas, persecuciones
y la muerte misma.
Y da fruto “en paciencia”. Nadie que reciba la palabra de Dios
quedará libre de dificultades y pruebas; pero cuando se presenta la
aflicción, el verdadero cristiano no se inquieta, no pierde la confian-
za ni se desalienta. Aunque no podamos ver los resultados finales,
ni podamos discernir el propósito de las providencias de Dios, no
hemos de desechar nuestra confianza. Recordando las tiernas mi-
sericordias del Señor, debemos descargar en él nuestra inquietud y
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esperar con paciencia su salvación.
La vida espiritual se fortalece con el conflicto. Las pruebas,
cuando se las sobrelleva bien, desarrollan la firmeza de carácter
y las preciosas gracias espirituales. El fruto perfecto de la fe, la
mansedumbre y el amor, a menudo maduran mejor entre las nubes
tormentosas y la oscuridad.
“El labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando
con paciencia, hasta que reciba la lluvia temprana y tardía”
Así
también el cristiano debe esperar en su vida los frutos de la palabra
de Dios. Muchas veces, cuando pedimos en oración las gracias
del Espíritu, para contestar nuestras oraciones, Dios nos coloca en
circunstancias que nos permiten desarrollar esos frutos; pero no
entendemos su propósito, nos asombramos y desanimamos. Sin
embargo, nadie puede desarrollar esas gracias a no ser por medio
del proceso del crecimiento y la producción de frutos. Nuestra parte
consiste en recibir la palabra de Dios, aferrarnos de ella, y rendirnos
plenamente a su dominio; así se cumplirá en nosotros su propósito.
“El que me ama—dijo Cristo—, mi palabra guardará; y mi Padre
le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada”
En nosotros
se manifestará la influencia dominante de una mente más fuerte y
perfecta; porque tenemos una relación viviente con la fuente de
una fortaleza que lo soporta todo. En nuestra vida divina seremos