La siembra de la verdadx
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El oyente que se asemeja al buen terreno, recibe la palabra,
“no como palabra de hombres, sino según lo es verdaderamente, la
palabra de Dios”
Sólo es un verdadero estudiante el que recibe las
Escrituras como la voz de Dios que le habla. Tiembla ante la Palabra;
porque para él es una viviente realidad. Abre su entendimiento y
corazón para recibirla. Oyentes tales eran Cornelio y sus amigos, que
dijeron al apóstol Pedro: “Ahora pues, todos nosotros estamos aquí
en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado”
El conocimiento de la verdad depende no tanto de la fuerza
intelectual como de la pureza de propósito, la sencillez de una fe
ferviente y confiada. Los ángeles de Dios se acercan a los que con
humildad de corazón buscan la dirección divina. Se les da el Espíritu
Santo para abrirles los ricos tesoros de la verdad.
Los oyentes que son comparables a un buen terreno, habiendo
oído la palabra, la guardan. Satanás con todos sus agentes del mal
no puede arrebatársela.
No es suficiente sólo oír o leer la Palabra; el que desea sacar
provecho de las Escrituras, debe meditar acerca de la verdad que
le ha sido presentada. Por medio de ferviente atención y del pensar
impregnado de oración debe aprender el significado de las palabras
de verdad, y debe beber profundamente del espíritu de los oráculos
santos.
Dios manda que llenemos la mente con pensamientos grandes y
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puros. Desea que meditemos en su amor y misericordia, que estudie-
mos su obra maravillosa en el gran plan de la redención. Entonces
podremos comprender la verdad con claridad cada vez mayor, nues-
tro deseo de pureza de corazón y claridad de pensamiento será más
elevado y más santo. El alma que mora en la atmósfera pura de los
pensamientos santos, será transformada por la comunión con Dios
por medio del estudio de las Escrituras.
“Y llevan fruto”. Los que habiendo recibido la palabra la guar-
dan, darán frutos de obediencia. La palabra de Dios, recibida en el
alma, se manifestará en buenas obras. Sus resultados se verán en una
vida y un carácter semejantes a los de Cristo. Jesús dijo de sí mismo:
“El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en
medio de mis entrañas”. “No busco mi voluntad, mas la voluntad
del que me envió, del Padre”. Y la Escritura dice: “El que dice que
está en él, debe andar como él anduvo”