Página 40 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

Basic HTML Version

Capítulo 3—El desarrollo de la vida
Este capítulo está basado en Marcos 4:26-29.
La parábola del sembrador suscitó muchas preguntas. Por ella
algunos de los oyentes llegaron a la conclusión de que Cristo no
iba a establecer un reino terrenal, y muchos se quedaron curiosos y
perplejos. Viendo su perplejidad, Cristo usó otras ilustraciones, con
las que trató todavía de llevar sus pensamientos de la esperanza de
un reino terrenal a la obra de gracia de Dios en el alma.
“Decía más: Así es el reino de Dios, como si un hombre echa
simiente en la tierra; y duerme, y se levanta de noche y de día, y la
simiente brota y crece como él no sabe. Porque de suyo fructifica la
tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga.
Y cuando el fruto fuere producido, luego se mete la hoz, porque la
siega es llegada”.
El agricultor que “mete la hoz, porque la siega es llegada”, no
puede ser otro que Cristo. El es quien en el gran día final recogerá
la cosecha de la tierra. Pero el sembrador de la semilla representa a
los que trabajan en lugar de Cristo. Se dice que “la simiente brota y
crece como él no sabe”, y esto no es verdad en el caso del Hijo de
Dios. Cristo no se duerme sobre su cometido, sino que vela sobre él
día y noche. El no ignora cómo crece la simiente.
La parábola de la semilla revela que Dios obra en la naturaleza.
La semilla tiene en sí un principio germinativo, un principio que
Dios mismo ha implantado; y, sin embargo, si se abandonara la
semilla a sí misma, no tendría poder para brotar. El hombre tiene
[44]
una parte que realizar para promover el crecimiento del grano. Debe
preparar y abonar el terreno y arrojar en él la simiente. Debe arar
el campo. Pero hay un punto más allá del cual nada puede hacer.
No hay fuerza ni sabiduría humana que pueda hacer brotar de la
semilla la planta viva. Después de emplear sus esfuerzos hasta el
límite máximo, el hombre debe depender aún de Aquel que ha unido
36