Página 41 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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El desarrollo de la vida
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la siembra a la cosecha con eslabones maravillosos de su propio
poder omnipotente.
Hay vida en la semilla, hay poder en el terreno; pero a menos
que se ejerza día y noche el poder infinito, la semilla no dará frutos.
Deben caer las lluvias para dar humedad a los campos sedientos, el
sol debe impartir calor, debe comunicarse electricidad a la semilla
enterrada. El Creador es el único que puede hacer surgir la vida que
él ha implantado. Cada semilla crece, cada planta se desarrolla por
el poder de Dios.
“Como la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar
su simiente, así el Señor Jehová hará brotar justicia y alabanza”
Como en la siembra natural, así también ocurre en la espiritual; el
maestro de la verdad debe tratar de preparar el terreno del corazón;
debe sembrar la semilla; pero únicamente el poder de Dios puede
producir la vida. Hay un punto más allá del cual son vanos los
esfuerzos humanos. Si bien es cierto que hemos de predicar la
palabra, no podemos impartir el poder que vivificará el alma y hará
que broten la justicia y la alabanza. En la predicación de la Palabra
debe obrar un agente que esté más allá del poder humano. Sólo
mediante el Espíritu divino será viviente y poderosa la palabra para
renovar el alma para vida eterna. Esto es lo que Cristo se esforzó por
inculcar a sus discípulos. Les enseñó que ninguna cosa de las que
poseían en sí mismos les daría éxito en su obra, sino que el poder
milagroso de Dios es el que da eficiencia a su propia palabra.
La obra del sembrador es una obra de fe. El no puede entender
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el misterio de la germinación y el crecimiento de la semilla, pero
tiene confianza en los medios por los cuales Dios hace florecer
la vegetación. Al arrojar su semilla en el terreno, aparentemente
está tirando el precioso grano que podría proporcionar pan para
su familia, pero no hace sino renunciar a un bien presente para
recibir una cantidad mayor. Tira la semilla, esperando recogerla
multiplicada muchas veces en una abundante cosecha. Así han de
trabajar los siervos de Cristo, esperando una cosecha de la semilla
que siembran.
Quizá durante algún tiempo la buena semilla permanezca inad-
vertida en un corazón frío, egoísta y mundano, sin dar evidencia de
que se ha arraigado en él; pero después, cuando el Espíritu de Dios
da su aliento al alma, brota la semilla oculta, y al fin da fruto para