Página 42 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
la gloria de Dios. En la obra de nuestra vida no sabemos qué pros-
perará, si esto o aquello. No es una cuestión que nos toque decidir.
Hemos de hacer nuestro trabajo y dejar a Dios los resultados. “Por la
mañana siembra tu simiente, y a la tarde no dejes reposar tu mano”
El gran pacto de Dios declara que “todos los tiempos de la tierra; la
sementera y la siega... no cesarán”
Confiando en esta promesa, ara
y siembra el agricultor. No menos confiadamente hemos de trabajar
nosotros en la siembra espiritual, confiando en su promesa: “Así será
mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo
que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. “Irá
andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a
venir con regocijo, trayendo sus gavillas”
La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida
espiritual, y el desarrollo de la planta es una bella figura del creci-
miento cristiano. Como en la naturaleza, así también en la gracia
no puede haber vida sin crecimiento. La planta debe crecer o mo-
rir. Así como su crecimiento es silencioso e imperceptible, pero
continuo, así es el desarrollo de la vida cristiana. En cada grado de
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desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el
propósito de Dios para con nosotros, habrá un avance continuo. La
santificación es la obra de toda la vida. Con la multiplicación de
nuestras oportunidades, aumentará nuestra experiencia y se acre-
centará nuestro conocimiento. Llegaremos a ser fuertes para llevar
responsabilidades, y nuestra madurez estará en relación con nuestros
privilegios.
La planta crece al recibir lo que Dios ha provisto para sustentar su
vida. Hace penetrar sus raíces en la tierra. Absorbe la luz del sol, el
rocío y la lluvia. Recibe las propiedades vitalizadoras del aire. Así el
cristiano ha de crecer cooperando con los agentes divinos. Sintiendo
nuestra impotencia, hemos de aprovechar todas las oportunidades
que se nos dan para adquirir una experiencia más amplia. Así como la
planta se arraiga en el suelo, así hemos de arraigarnos profundamente
en Cristo. Así como la planta recibe la luz del sol, el rocío y la lluvia,
hemos de abrir nuestro corazón al Espíritu Santo. Ha de hacerse
la obra, “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha
dicho Jehová de los ejércitos”
Si conservamos nuestra mente fija
en Cristo, él vendrá a nosotros “como la lluvia, como la lluvia tardía
y temprana a la tierra”. Como el Sol de justicia, se levantará sobre