Página 65 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Un poder que transforma y eleva
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cía. El amor verdadero nacido del cielo no es egoísta y cambiable.
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No depende de la alabanza humana. El corazón de aquel que recibe
la gracia de Dios desborda de amor a Dios y a aquellos por los
cuales Cristo murió. El yo no lucha para ser reconocido. No ama a
otros porque ellos lo aman a él y le agradan, porque aprecian sus
méritos, sino porque constituyen una posesión comprada por Cristo.
Si sus motivos, palabras o acciones son mal entendidas o falseadas,
no se ofende, sino que prosigue invariable su camino. Es amable
y considerado, humilde en la opinión que tiene de sí mismo, y sin
embargo lleno de esperanza, y siempre confía en la misericordia y
el amor de Dios.
El apóstol nos exhorta: “Conforme es santo aquel que os ha lla-
mado, sed también vosotros santos, en toda vuestra manera de vivir;
porque está escrito: Habéis de ser santos, porque yo soy santo”
La
gracia de Cristo ha de dominar el genio y la voz. Su obra se revelará
en la cortesía y la tierna consideración mostradas por el hermano
hacia el hermano, con palabras bondadosas y alentadoras. Existe una
presencia angelical en el hogar. La vida despide un dulce perfume
que asciende a Dios como sagrado incienso. El amor se manifiesta
en la bondad, la gentileza, la tolerancia y la longanimidad.
El semblante cambia. Cristo que habita en el corazón, brilla en
el rostro de aquellos que le aman y guardan sus mandamientos.
La verdad queda escrita allí. Se revela la dulce paz del cielo. Se
expresan allí una bondad habitual, un amor más que humano.
La levadura de la verdad efectúa un cambio en todo el hombre,
convirtiendo al rústico en refinado, al áspero en amable, al egoísta en
generoso. Por su medio el impuro queda limpio, lavado en la sangre
del Cordero. Por medio de su poder vivificante, hace que la totalidad
de la mente, el alma y las fuerzas quede en armonía con la vida
divina. El hombre con su naturaleza humana llega a ser partícipe de
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la divinidad. Cristo es honrado con la excelencia y la perfección del
carácter. Y mientras se efectúan estos cambios, los ángeles rompen
en himnos arrobadores, y Dios y Cristo se regocijan sobre las almas
transformadas a la semejanza divina.
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