Página 74 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
Los hombres de piedad y talento obtienen visiones de las reali-
dades eternas, pero a menudo dejan de entenderlas, porque las cosas
que se ven eclipsan la gloria de las que no se ven. Aquel que quie-
re buscar con éxito el tesoro escondido debe elevarse a propósitos
más nobles que las cosas de este mundo. Sus afectos y todas sus
facultades deben ser consagrados a la investigación.
La desobediencia ha impedido el acceso a una gran cantidad
de conocimiento que podría haberse obtenido de las Escrituras. La
comprensión significa obediencia a los mandamientos de Dios. Las
Escrituras no han de ser adaptadas para satisfacer los prejuicios
y los celos de los hombres. Pueden ser entendidas solamente por
aquellos que buscan humildemente un conocimiento de la verdad
para obedecerla.
Preguntas tú: ¿Qué haré para salvarme? Debes abandonar a la
puerta de la investigación tus opiniones preconcebidas, tus ideas
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heredadas y cultivadas. Si escudriñas las Escrituras para vindicar
tus propias opiniones, nunca alcanzarás la verdad. Estudia para
aprender qué dice el Señor. Y cuando la convicción te posea mientras
investigas, si ves que tus opiniones acariciadas no están en armonía
con la verdad, no tuerzas la verdad para que cuadre con tu creencia,
sino acepta la luz dada. Abre la mente y el corazón, para que puedas
contemplar las cosas admirables de la Palabra de Dios.
La fe en Cristo como el Redentor del mundo exige un reco-
nocimiento del intelecto iluminado, dominado por un corazón que
puede discernir y apreciar el tesoro celestial. Esta fe es insepara-
ble del arrepentimiento y la transformación del carácter. Tener fe
significa encontrar y aceptar el tesoro del Evangelio con todas las
obligaciones que impone.
“El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios”
Puede conjeturar e imaginar, pero sin el ojo de la fe no puede ver el
tesoro. Cristo dio su vida para asegurarnos este inestimable tesoro;
pero sin la regeneración por medio de la fe en su sangre, no hay
remisión de pecados, ni tesoro alguno para el alma que perece.
Necesitamos la iluminación del Espíritu Santo para discernir las
verdades de la Palabra de Dios. Las cosas hermosas del mundo natu-
ral no se ven hasta que el sol, disipando las tinieblas, las inunda con
su luz. Así los tesoros de la Palabra de Dios no son apreciados hasta
que no sean revelados por los brillantes rayos del Sol de Justicia.