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Palabras de Vida del Gran Maestro
Es el Espíritu Santo el que revela a los hombres el carácter precioso
de la buena perla. El tiempo de la manifestación del poder del Espí-
ritu Santo es el tiempo en que en un sentido especial el don del cielo
es buscado y hallado. En los días de Cristo, muchos oyeron el Evan-
gelio, pero sus mentes estaban oscurecidas por las falsas enseñanzas,
y no reconocieron en el humilde Maestro de Galilea al Enviado de
Dios. Mas después de la ascensión de Cristo, su entronización en
el reino de la mediación fue señalada por el descenso del Espíritu
Santo. En el día de Pentecostés fue dado el Espíritu. Los testigos de
Cristo proclamaron el poder del Salvador resucitado. La luz del cielo
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penetró las mentes entenebrecidas de aquellos que habían sido enga-
ñados por los enemigos de Cristo. Ellos lo vieron ahora exaltado a la
posición de “Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y
remisión de pecados”
Lo vieron circundado de la gloria del cielo,
con infinitos tesoros en sus manos para conceder a todos los que
se volvieran de su rebelión. Al presentar los apóstoles la gloria del
Unigénito del Padre, tres mil almas se convencieron. Se vieron a
sí mismos tales cuales eran, pecadores y corrompidos, y vieron a
Cristo como su Amigo y Redentor. Cristo fue elevado y glorificado
por el poder del Espíritu Santo que descansó sobre los hombres.
Por la fe, estos creyentes vieron a Cristo como Aquel que había
soportado la humillación, el sufrimiento y la muerte, a fin de que
ellos no pereciesen, sino que tuvieran vida eterna. La revelación que
el Espíritu hizo de Cristo les impartió la comprensión de su poder y
majestad, y elevaron a él sus manos por la fe, diciendo: “Creo”.
Entonces las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron
llevadas hasta los últimos confines del mundo habitado. La iglesia
contempló cómo los conversos fluían hacia ella de todas direcciones.
Los creyentes se convertían de nuevo. Los pecadores se unían con
los cristianos para buscar la perla de gran precio. La profecía se
había cumplido: El flaco “será como David, y la casa de David,
como ángeles, como el ángel de Jehová”
Cada cristiano vio en su
hermano la semejanza divina de la benevolencia y el amor. Prevale-
cía un solo interés. Un objeto era el que predominaba sobre todos
los demás. Todos los corazones latían armoniosamente. La única
ambición de los creyentes era revelar la semejanza del carácter de
Cristo, y trabajar por el engrandecimiento de su reino. “Y la mul-
titud de los que habían creído era de un corazón y un alma... Y