Cuidado con las falsificaciones
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y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
Pueden profesar ser seguidores de Cristo, pero han perdido de
vista a su Director. Pueden decir: “Señor, Señor”; pueden señalar
a los enfermos que fueron sanados por ellos, y otras obras maravi-
llosas, y pretender que tienen más del Espíritu y del poder de Dios
que el que manifiestan aquellos que guardan su ley. Pero sus obras
se realizan bajo la supervisión del enemigo de la justicia, cuyo fin
es engañar a las almas, y está determinado a descaminarlas de la
obediencia, la verdad y el deber.
En el cercano futuro habrá aún más casos de manifestaciones
señaladas de este poder que obra milagros; porque se dice de él:
“También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descen-
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der fuego del cielo a la tierra delante de los hombres”.
Nos sorprendemos de que haya tantos que están dispuestos a
aceptar estas grandes pretensiones como la obra genuina del Espíritu
de Dios; pero los que solamente miran las obras maravillosas, y son
guiados por el impulso y las impresiones, serán engañados...
Pretensiones de santidad
Nadie que pretenda santidad es realmente santo. Los que son
registrados como santos en los libros del cielo no son conscientes
de este hecho, y son los últimos en jactarse de su propia bondad.
Ninguno de los profetas y apóstoles jamás profesó santidad, ni aun
Daniel, Pablo o Juan. Los justos nunca tienen semejante pretensión.
Cuanto más se parezcan a Cristo, más lamentarán su deseme-
janza con él; porque sus conciencias son sensitivas, y consideran el
pecado más como Dios lo mira. Tienen puntos de vista exaltados
de Dios y del gran plan de salvación; y sus corazones, humillados
bajo un sentido de su propia falta de mérito, son sensibles al honor
de ser contados como miembros de la familia real, hijos e hijas del
Rey eterno.
Los que aman la ley de Dios no pueden armonizar en la ado-
ración o en el espíritu con los transgresores decididos de esa ley,
quienes se llenan de amargura y malicia cuando se enseñan las ver-
dades sencillamente reveladas de la Biblia. Tenemos un detector que