Desconfíe de su propia imaginación, 21 de abril
Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.
1 Corintios 2:4
.
Debido a que algunos escuchan asuntos presentados con un espíritu que no
corresponde, he visto los peligros a los que la iglesia ha hecho frente en cada nueva
etapa. Mientras hay maestros de la Biblia que son fuertes y eficientes en la presen-
tación de las doctrinas, no todos tienen conocimiento de los aspectos prácticos de
la vida, ni pueden, con certeza y seguridad, dar advertencias a mentes perplejas.
Tampoco disciernen las situaciones complejas que seguramente sobrevendrán a
cada familia que necesita hacer cambios. Por eso, al no conocer el pensamiento de
Dios, seamos muy cuidadosos con lo que ellos dicen, y no les permitamos hablar
de lo que suponen o piensan. Déjenlos, porque desconocen estos temas, e insten a
la gente a confiar solamente en Dios. Debe haber mucha oración, e incluso ayuno,
para que nadie siga envuelto en las tinieblas. Por el contrario, avancemos en la luz
así como Dios está en la luz.
Observemos dentro y fuera de nuestras filas. En todas partes hay mentes que
no tienen la disciplina de la gracia de Dios, que no han practicado las palabras de
Cristo y que no entienden la obra del Espíritu Santo. Estos andarán por un camino
equivocado porque no siguen a Jesús plenamente; al contrario, responderán a los
impulsos de su imaginación.
No permitan actuar desordenadamente. Como resultado de discursos ardientes
e impulsivos que agitan un entusiasmo que no responde al orden divino, se produ-
cirán sacrificios y pérdida de propiedades. Hay una victoria importante que debe
ganarse. Si falta la moderación discreta, una adecuada contemplación y princi-
pios y propósitos sanos, se producirá la derrota. Habrá elementos humanos que
lucharán por la primacía e intentarán realizar una obra que no tiene la impronta
de Dios. Por eso insto a que haya habilidad para manejar este tema, y que toda
acción esté orientada por el sabio e invisible Consejero que es Dios.—
Pamphlet
84, pp. 17, 18.
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