Invisible como el viento, 7 de enero
El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde
viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Juan 3:8
.
Se oye el viento entre las ramas de los árboles, por el susurro que produce
en las hojas y las flores; sin embargo es invisible, y nadie sabe de dónde viene
ni a dónde va. Así sucede con la obra del Espíritu Santo en el corazón. Es tan
inexplicable como los movimientos del viento. Puede ser que una persona no
pueda decir exactamente la ocasión ni el lugar en que se convirtió, ni distinguir
todas las circunstancias de su conversión; pero esto no significa que no se haya
convertido.
Mediante un agente tan invisible como el viento, Cristo obra constantemente
en el corazón. Poco a poco, tal vez inconscientemente para quien las recibe, son
hechas las impresiones que tienden a atraer el alma a Cristo. Pueden ser recibidas
al meditar en él, al leer las Escrituras, o al oír la palabra del predicador viviente.
Súbitamente, al presentar el Espíritu un llamamiento más directo, el alma se
entrega gozosamente a Jesús. Muchos llaman a esto conversión repentina; pero es
el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es una obra paciente y
larga.
Aunque el viento mismo es invisible, produce efectos que se ven y sienten.
Así también la obra del Espíritu en el alma se revelará en toda acción de quien
haya sentido su poder salvador. Cuando el Espíritu de Dios toma posesión del
corazón, transforma la vida. Los pensamientos pecaminosos son puestos a un lado,
las malas acciones son abandonadas; el amor, la humildad y la paz, reemplazan a
la ira, la envidia y las contenciones. La alegría sustituye a la tristeza, y el rostro
refleja la luz del cielo. Nadie ve la mano que alza la carga, ni contempla la luz que
desciende de los atrios celestiales. La bendición viene cuando por la fe el alma se
entrega a Dios. Entonces, ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un
nuevo ser a la imagen de Dios.
Para las mentes finitas es imposible comprender la obra de la redención. Su
ministerio supera al conocimiento humano; sin embargo, el que pasa de muerte
a vida comprende que es una realidad divina. Por experiencia personal podemos
conocer aquí el comienzo de la redención. Sus resultados alcanzan hasta las edades
eternas.—
El Deseado de Todas las Gentes, 143, 144
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