Guía a mujeres y hombres consagrados, 26 de mayo
Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según
la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.
1 Corintios 1:26
.
No todos pueden desempeñar la misma tarea, pero cada uno que se consagra
a la influencia del Espíritu Santo podrá estar bajo la dirección de Cristo, pues
Dios hizo provisión abundante para los hombres y las mujeres consagrados. La
obra será realizada por diversos medios e instrumentos. Los instrumentos a los
cuales Dios recurrirá para la obra de salvar a los perdidos no serán únicamente
los más talentosos, ni los que se encuentran en posiciones de mayor confianza, o
los más educados; utilizará a muchos de los menos aventajados. Gracias al Señor
aceptarán la verdad los que tienen propiedades y tierras, cuyos bienes serán como
la mano ayudadora de Dios para el progreso de su obra. Los talentos más brillantes
no siempre son los que realizan las mayores obras para el Señor. El puede utilizar
a cualquiera que se consagre completamente a su servicio.
Cuando nos aferremos del Espíritu del mensaje que conduce a la gente a
escoger entre la vida y la muerte, veremos realizada una obra que por ahora ni
soñamos. Si permitimos que el espíritu misionero se apodere de los hombres y las
mujeres, de los jóvenes y los ancianos, habrá muchos yendo de un lugar a otro
instando a los sinceros de corazón a entrar al redil.
Los que trabajan en favor de los demás deben comprometerse a obrar con
Cristo, a obedecer sus consejos y a seguir sus orientaciones. Cada día tienen que
pedirlo para recibir el poder de lo alto. Deben cultivar un constante sentido del
amor de Dios, de su capacidad, protección y ternura. Cuando miren a Cristo como
pastor y anciano de los creyentes, entonces podrán contar con la simpatía y el
apoyo de los ángeles celestiales. Jesús será para ellos su alegría y corona de
regocijo. Sus corazones estarán dirigidos por el Espíritu Santo. Avanzarán con el
sello celestial, y en sus esfuerzos serán acompañados por un poder proporcional
a la importancia del mensaje que proclaman.—
The Review and Herald, 27 de
octubre de 1910
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