Embajadores de Cristo, 4 de junio
Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si rogase por
medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
2 Corintios 5:20
.
Somos embajadores de Cristo y no debemos vivir para salvar nuestra repu-
tación, sino para salvar a los que perecen. Debiéramos esforzarnos diariamente
para mostrarles que pueden alcanzar la verdad y la justicia. En lugar de ganarnos
la simpatía de los demás causando la impresión de que no somos apreciados,
debemos olvidarnos enteramente de nuestro yo; y si fallamos en lograr esto, a
causa de la falta de discernimiento espiritual y de piedad vital, Dios requerirá de
nuestras manos la vida de las personas por quienes debiéramos haber trabajado.
Ha hecho provisión para que cada obrero que esté a su servicio pueda recibir
gracia y sabiduría, a fin de llegar a ser una epístola viviente, conocida y leída por
todos los hombres.
Por medio del acto de velar y la oración podemos cumplir lo que el Señor se
propone que realicemos. Mediante el cumplimiento fiel y cuidadoso de nuestro
deber, velando por los otros como quienes tienen que rendir cuenta, podemos
eliminar las piedras de tropiezo del camino de los demás. Mediante sinceras
advertencias e instancias, con nuestras propias mentes llenas de tierna solicitud
por los que están a punto de perecer, podemos ganar conversos para Cristo.
Quisiera que todos mis hermanos y hermanas recordasen que es un asunto muy
serio contristar al Espíritu Santo, y él es contristado cuando el instrumento humano
procura trabajar por sí mismo y rehúsa ponerse al servicio del Señor, porque la
cruz es demasiado pesada o la abnegación que debe manifestar es demasiado
grande. El Espíritu Santo procura morar en cada creyente. Si se le da la bienvenida
como un huésped de honor, quienes lo reciban serán hechos completos en Cristo.
La buena obra comenzada se terminará; los pensamientos santificados, los afectos
celestiales y las acciones como las de Cristo ocuparán el lugar de los sentimientos
impuros, los pensamientos perversos y los actos rebeldes.
El Espíritu Santo es un Maestro divino. Si obedecemos sus lecciones, nos
haremos sabios para salvación. Pero necesitamos proteger adecuadamente nues-
tros corazones, porque con demasiada frecuencia olvidamos las instrucciones
celestiales que hemos recibido y procuramos seguir las inclinaciones naturales de
nuestras mentes no consagradas. Cada uno debe pelear su propia batalla contra el
yo. Aceptad las enseñanzas del Espíritu Santo. Si lo hacéis, esas enseñanzas serán
repetidas vez tras vez hasta que las impresiones sean claras como si hubieran sido
“grabadas en la roca para siempre”.—
Consejos sobre la Salud, 561, 562
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