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Agua viva para compartir, 11 de enero
Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
Juan 4:14
.
Siendo que el plan de redención comienza y termina con un don, así también
debemos compartirlo. El mismo espíritu de sacrificio que compró la salvación para
nosotros, habitará en el corazón de los que llegan a ser partícipes del don celestial.
El apóstol Pedro recomienda: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo
a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”.
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Pedro 4:10
. Al enviarlos, Jesús dijo a sus discípulos: “De gracia recibisteis, dad
de gracia”.
Mateo 10:8
. El que está en completa afinidad con Cristo, no puede
albergar exclusivismo ni egoísmo. Quien bebe del agua de la vida hallará “en él
una fuente de agua que salte para vida eterna”.
Juan 4:14
. El creyente que tiene el
Espíritu de Cristo es como un manantial refrescante que pone esta agua al alcance
de los que están a punto de perecer en el desierto.
El mismo espíritu de amor y sacrificio personal que hubo en Cristo fue el
que impulsó a Pablo en su amplio ministerio. Dijo: “A griegos y a no griegos,
a sabios y a no sabios soy deudor”.
Romanos 1:14
. “A mí, que soy menos que
el más pequeño de todos los santos, me fue dada la gracia de anunciar entre los
gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”.
Efesios 3:8
.
El Señor dispuso que su iglesia refleje al mundo la plenitud y la eficacia que
hallamos en él. Constantemente estamos recibiendo los dones de la liberalidad
divina, y, al impartirlos, representamos al mundo el amor y la beneficencia de
Cristo. Mientras todo el cielo está en actividad, enviando mensajeros a todas
partes de la tierra con el propósito de promover la obra de la redención, la iglesia
del Dios viviente debería actuar como colaboradora de Jesús. Somos parte de su
cuerpo místico, y él es la cabeza que controla todos sus miembros. En su infinita
misericordia, Jesús mismo está obrando en el corazón humano, en el que realiza
transformaciones tan sorprendentes que los ángeles lo observan con asombro y
alegría.—
The Review and Herald, 24 de diciembre de 1908
.
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