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Savia vivificante, 12 de enero
Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de
recorrer las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando a ciertos
discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos
le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.
Hechos 19:1, 2
.
Hay muchos que hoy ignoran, tanto como aquellos creyentes de Efeso, la obra
del Espíritu Santo en el corazón. Sin embargo, ninguna verdad se enseña más
claramente en la Palabra de Dios. Los profetas y apóstoles se han explayado sobre
este tema. Cristo mismo nos llama la atención al desarrollo del mundo vegetal
como una ilustración de cómo obra su Espíritu para sostener la vida espiritual. La
savia de la vid, al ascender desde la raíz, se difunde por las ramas, y contribuye
al crecimiento y a la producción de flores y frutos. Del mismo modo, el poder
vivificador del Espíritu Santo, que procede del Salvador, llena el alma, renueva los
motivos y afectos, somete hasta los pensamientos para que obedezcan la voluntad
de Dios, y capacita al que lo recibe para producir los preciosos frutos de las
acciones santas.
El autor de esta vida espiritual es invisible, y el método exacto mediante el cual
esa vida se imparte y sostiene, excede las posibilidades de explicación por parte de
la filosofía humana. Sin embargo, la actividad del Espíritu está siempre en armonía
con la Palabra escrita. Lo que sucede en el mundo natural ocurre también en el
espiritual. Un poder divino preserva continuamente la vida natural; sin embargo,
eso no ocurre por un milagro directo, sino gracias al empleo de las bendiciones
puestas a nuestro alcance. Del mismo modo, la vida espiritual se sostiene debido
al uso de los medios que la Providencia ha provisto. Para que el seguidor de Jesús
crezca hasta convertirse en “un varón perfecto, a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo (
Efesios 4:13
), debe comer del pan de vida y beber del agua
de la salvación. Debe velar, orar y trabajar, y prestar atención en todas las cosas,
sujetándose a las instrucciones de Dios consignadas en su Palabra.—
Los Hechos
de los Apóstoles, 233, 234
.
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