El don del habla, 7 de julio
Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
2 Timoteo 4:2
.
El poder del habla es un talento que debería ser diligentemente cultivado.
De todos los dones que hemos recibido de Dios, ninguno es capaz de ser una
bendición mayor que éste. Con la voz convencemos y persuadimos; con ella
alabamos y oramos a Dios; y con ella contamos a otros del amor del Redentor.
No se pronuncie ninguna palabra con imprudencia. Ninguna expresión maligna ni
frívola, y ninguna queja irritada o sugerencia impura ha de escapar de los labios
de quien sigue a Cristo.
Escribiendo por inspiración del Espíritu Santo, el apóstol Pablo dice: “Nin-
guna palabra corrompida salga de vuestra boca”.
Efesios 4:29
. “Corrompida”
no significa sólo una palabra soez. Implica cualquier expresión contraria a los
santos principios y a la religión pura e incorruptible. Incluye indirectas impuras
y encubiertas sugerencias del mal. A menos que se las resista inmediatamente,
conducirán a grandes pecados.
Sobre cada familia y cada cristiano descansa el deber de cerrar el camino
al lenguaje corrompido. Cuando estamos en la compañía de quienes hablan ne-
cedades, si fuera posible, es nuestro deber cambiar el tema de la conversación.
Mediante la ayuda de la gracia de Dios, deberíamos tratar de introducir temas que
dirijan la conversación hacia cauces provechosos.
Nuestras palabras deberían ser de alabanza y gratitud. La conversación revelará
si la mente y el corazón están llenos del amor de Dios. No será difícil impartir lo
que entra en nuestra vida espiritual. Grandes pensamientos, nobles aspiraciones,
una clara percepción de la verdad, propósitos abnegados, ansias de piedad y de
santidad, producirán su fruto en palabras que revelen el carácter del tesoro del
corazón. Cuando Cristo sea así revelado en nuestra manera de hablar, tendrá el
poder de ganar conversos para él.
Tenemos que hablar de Cristo a quienes no lo conocen. Debemos hacer lo que
él hizo. Dondequiera se encontraba, en la sinagoga, por el camino, en el barco
un poco alejado de la orilla, en la fiesta del fariseo o en la mesa del publicano,
hablaba a los hombres de las cosas de la vida superior.—
The Signs of the Times,
2 de julio de 1902
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