Enoc, 1 de septiembre
Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque
lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber
agradado a Dios.
Hebreos 11:5
.
Enoc fue un maestro público de la verdad en su tiempo. Enseñó y vivió la
verdad. El carácter del maestro que caminó con Dios estaba completamente en
armonía con la grandeza y la santidad de su misión. Enoc fue un profeta que habló
movido por el Espíritu Santo. Fue una luz en medio de las tinieblas morales, un
hombre ejemplar, porque caminó con Dios y fue obediente a esa ley que Satanás se
negó a obedecer, que Adán transgredió, y por la que Abel, por haberla obedecido,
fue asesinado.
Y ahora Dios demostraría al universo la falsedad de la acusación de Satanás
de que el hombre no puede guardar su ley. Mostraría que aunque su criatura pecó,
podía relacionarse de tal forma con su Creador que tenía la posibilidad de tener
la mente y el Espíritu de Dios, y ser un símbolo representativo de Cristo. Este
hombre santo fue seleccionado por Dios para denunciar la maldad del mundo, y
para mostrar que es posible que los hombres guarden toda la ley de Dios...
Enoc no sólo meditaba y oraba, y se vestía con la armadura de la vigilancia,
sino que después de presentar sus súplicas a Dios se levantaba para instar a
los demás hombres a hacer lo mismo. Para tener el favor de los incrédulos, no
disfrazaba la verdad ni descuidaba su vida. Esta íntima relación con el cielo le
daba valor para llevar a cabo las obras divinas. Enoc caminó con el Señor y “tuvo
testimonio de haber agradado a Dios”.
Hebreos 11:5
.
Este es hoy el privilegio de cada creyente. El hombre mora con Dios, y Dios
habita con el hombre. “Yo en ellos, y tú en mí” (
Juan 17:23
), dice Jesús. Caminar
con Dios y tener el testimonio de que sus caminos le agradan es una experiencia
que no está reservada solamente a Enoc, Elías, los patriarcas, los profetas, los
apóstoles y los mártires. No es sólo el privilegio, sino el deber de cada seguidor
de Cristo tener a Jesús entronizado en el corazón. Entonces serán en verdad como
árboles que llevan fruto.—
Manuscrito 43, 2 de agosto de 1900
.
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