David, 10 de septiembre
Estas son las palabras postreras de David. Dijo David hijo de Isaí, dijo
aquel varón que fue levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce
cantor de Israel: El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha
estado en mi lengua.
2 Samuel 23:1, 2
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¿Quién puede medir los resultados de aquellos años de labor y peregrinaje
entre las colinas solitarias? La comunión con la naturaleza y con Dios, el cuidado
diligente de sus rebaños, los peligros y libramientos, los dolores y regocijos de
su humilde suerte, no sólo habían de moldear el carácter de David e influir en su
vida futura, sino que también por medio de los salmos del dulce cantor de Israel,
en todas las edades venideras, habrían de comunicar amor y fe al corazón de los
hijos de Dios acercándolos al corazón siempre amoroso de Aquel por quien viven
todas sus criaturas.
David, en la belleza y el vigor de su juventud, se preparaba para ocupar una
elevada posición entre los más nobles de la tierra. Empleaba sus talentos, como
dones preciosos de Dios, para alabar la gloria del divino Dador. Las oportunidades
que tenía de entregarse a la contemplación y la meditación sirvieron para enri-
quecerlo con aquella sabiduría y piedad que hicieron de él el amado de Dios y de
los ángeles. Mientras contemplaba las perfecciones de su Creador, se revelaban
a su alma concepciones más claras de Dios. Temas que antes le eran oscuros, se
aclaraban para él con luz meridiana, se allanaban las dificultades, se armonizaban
las perplejidades, y cada nuevo rayo de luz le arrancaba nuevos arrobamientos
e himnos más dulces de devoción, para gloria de Dios y del Redentor. El amor
que lo inspiraba, los dolores que lo oprimían, los triunfos que lo acompañaban,
eran temas para su pensamiento activo; y cuando contemplaba el amor de Dios
en todas las providencias de su vida, el corazón le latía con adoración y gratitud
más fervientes, su voz resonaba en una melodía más rica y más dulce; su arpa era
arrebatada con un gozo más exaltado; y el pastorcillo avanzaba de fuerza en fuerza,
de sabiduría en sabiduría; pues el Espíritu del Señor lo acompañaba.—
Historia de
los Patriarcas y Profetas, 694, 695
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