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El espíritu intercede por nosotros, 19 de enero
Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu,
porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Romanos
8:27
.
Para aproximarnos a Dios tenemos un sólo canal. Nuestras oraciones pueden
acceder a él por intermedio del único nombre: el de Jesús, nuestro abogado. El
Espíritu debe inspirar nuestras peticiones. En el santuario, ningún fuego extraño
era utilizado en los incensarios que se agitaban delante de Dios. Siendo así,
únicamente el Señor puede encender un deseo ardiente en el corazón, si es que
deseamos que nuestras oraciones resulten aceptables. El Espíritu Santo es el que
debe hacer la intercesión en nuestro favor, y la realiza con gemidos que nadie
puede reproducir.
Un profundo sentido de la necesidad, y un gran deseo de recibir lo que pedimos,
debe caracterizar a nuestras oraciones; de lo contrario, no serán escuchadas. Sin
embargo, no deberíamos cansarnos de expresar nuestras plegarias porque no
recibimos una respuesta inmediata. “El reino de los cielos sufre violencia, y los
violentos lo arrebatan”.
Mateo 11:12
. Esta violencia quiere decir ahínco santo,
semejante al que manifestó Jacob. No es necesario que intentemos producir en
nosotros una emoción intensa. En nuestras peticiones debemos insistir ante el
trono de la gracia en forma tranquila y persistente. Tenemos que humillarnos
delante de Dios, confesar nuestros pecados y con fe acercarnos a él. El Señor
respondió las peticiones de Daniel, no para que él se ensalzara, sino para que
la bendición pudiera reflejar la gloria de Dios. El designio del Señor es darse a
conocer mediante su providencia y su gracia. Las oraciones son para glorificar a
Dios y no para nuestra exaltación personal.
Cuando consideremos que somos débiles, ignorantes y desvalidos, como real-
mente somos, nos acercaremos a él como humildes suplicantes. El desconoci-
miento de Dios y de Cristo crea el orgullo y la justificación propia. El infalible
indicador de que el hombre no conoce al Señor, es su sentimiento de que es grande
o bueno. El corazón orgulloso siempre estará asociado con la indigencia. Cuando
a Daniel se le dio a conocer la gloria divina, exclamó: “No quedó fuerza en mí,
antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento”.
Daniel 10:8
.
Cuando el ser humilde que busca a Dios ve como él es, al instante se verá a sí
mismo como Daniel. En lugar de la vanidad humana, desarrollará un profundo
sentido de la santidad de Dios y de la justicia de sus exigencias. El fruto de esta
experiencia se manifestará en una vida de renunciamiento propio y de sacrificio
personal.—
The Review and Herald, 9 de febrero de 1897
.
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