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Daniel, 17 de septiembre
Entonces el rey engrandeció a Daniel, y le dio muchos honores y grandes
dones, y le hizo gobernador de toda la provincia de Babilonia, y jefe
supremo de todos los sabios de Babilonia.
Daniel 2:48
.
Confesar a Cristo significa más que dar un testimonio en una reunión. Daniel
es un ejemplo a los creyentes de lo que significa confesar al Señor. Ocupaba un
cargo de responsabilidad como primer ministro del reino de Babilonia, y había
entre los grandes de la corte quienes lo envidiaban y buscaban encontrar algo
contra él para acusarlo ante el rey. Pero él era un fiel estadista, y no podían hallar
ninguna falla en su carácter o en su vida.
“Entonces dijeron aquellos hombres: No hallaremos contra este Daniel ocasión
alguna para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios”.
Daniel 6:5
. Así que convinieron en pedir al rey que decretara que ninguno debía
pedir nada a ningún dios u hombre durante treinta días, salvo al rey; y que si
alguno desobedeciera este decreto, debía ser echado al foso de los leones.
Pero, ¿cesó Daniel de orar por causa de este decreto? No, ese era precisamente
el momento en que más debía orar. “Cuando Daniel supo que el edicto había sido
firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia
Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su
Dios, como lo solía hacer antes”.
Daniel 6:10
. Daniel no procuró esconder su
lealtad a Dios. No oró en su corazón, sino que con su voz y en un tono alto, con
sus ventanas abiertas hacia Jerusalén, ofreció sus peticiones al Señor.
Tenemos la seguridad de que si nuestra vida está escondida con Cristo en
Dios, cuando seamos probados por causa de nuestra fe, Jesús estará con nosotros.
Si somos llevados ante gobernantes y dignatarios para responder por nuestra fe,
el Espíritu del Señor iluminará nuestra mente y podremos ser capaces de dar
testimonio para gloria de Dios. Y si tenemos que sufrir por causa de Cristo,
podremos ir a la prisión confiando en él como un niñito confía en sus padres.
Ahora es el momento de cultivar fe en Dios.—
The Review and Herald, 3 de mayo
de 1892
.
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