Página 288 - Recibir

Basic HTML Version

Felipe, el diácono, 25 de septiembre
Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo
Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees?
Hechos 8:29, 30
.
Dios mira hacia abajo desde su trono, y envía a sus ángeles a esta tierra para
cooperar con los que enseñan la verdad. Lea el registro de la experiencia de
Felipe y el eunuco. “Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve
hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.
Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de
Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido
a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías”.
Hechos 8:26-28
.
El incidente muestra el cuidado que el Señor tiene por cada persona que acepta
la verdad. Podemos ver cuán íntimamente está relacionado el ministerio de los
ángeles celestiales con la obra de los siervos del Señor en la tierra.
A Felipe se le infundió el deseo de entrar en lugares nuevos, y de abrir camino.
Un ángel, que estaba observando toda oportunidad posible de relacionar a los
hombres con sus semejantes, le dio las instrucciones. Felipe fue enviado “hacia el
sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto”.
Hechos
8:26
. Esto lo puso en contacto con un hombre de mucha influencia, quien, una vez
convertido, comunicaría a otros la luz de la verdad. El Señor, obrando por medio
de Felipe, hizo que el hombre se convenciera de la verdad, y fuera convertido
y bautizado. El fue un oyente del camino, un hombre de buena posición, que
ejercería una fuerte influencia en favor de la verdad.
Hoy, al igual que entonces, los ángeles del cielo están esperando para guiar a
los hombres a sus semejantes. Un ángel le mostró a Felipe dónde encontrar a este
hombre que estaba listo para recibir la verdad, y hoy los ángeles de Dios guiarán
y dirigirán los pasos de los obreros que permitan que el Espíritu Santo santifique
sus lenguas y refine y ennoblezca sus corazones.—
The Review and Herald, 20 de
abril de 1905
.
[280]
284