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Pablo, 27 de septiembre
Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti,
para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas
en que me apareceré a ti.
Hechos 26:16
.
La solemne comisión dada a Pablo, en ocasión de su entrevista con Ananías,
descansaba con creciente peso sobre su corazón. Cuando, en respuesta a la invita-
ción: “Hermano Saulo, recibe la vista”, Pablo miró por primera vez el rostro de
este hombre devoto, Ananías, bajo la inspiración del Espíritu Santo, dijo: “El Dios
de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo,
y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo
que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y
lava tus pecados, invocando su nombre”.
Hechos 22:13-16
.
Estas palabras estaban en armonía con las de Jesús mismo, quien, cuando
detuvo a Saulo en el viaje a Damasco, declaró: “Para esto he aparecido a ti, para
ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me
apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío,
para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la
potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de
pecados y herencia entre los santificados”.
Hechos 26:16-18
.
Al meditar en estas cosas, Pablo comprendió más y más el significado de su
llamamiento para ser “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”.
Efesios
1:1
. Este le había venido “no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y
por Dios el Padre”.
Gálatas 1:1
. La grandeza de la tarea lo condujo a estudiar
profundamente las Sagradas Escrituras, a fin de predicar el evangelio “no con
sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (
1 Corintios
1:17
), “sino con demostración del Espíritu y de poder”, para que la fe de todos
los que lo oyeran no estuviera fundada “en la sabiduría de los hombres, sino en
el poder de Dios”
1 Corintios 2:4, 5
.—
The Review and Herald, 30 de marzo de
1911
.
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