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Aquila y Priscila: misioneros de sostén propio, 29 de
septiembre
Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que
expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también
todas las iglesias de los gentiles.
Romanos 16:3, 4
.
Pablo dio un ejemplo contra el sentimiento, que estaba entonces adquiriendo
influencia en la iglesia, de que el evangelio podía ser predicado con éxito solamente
por quienes estaban enteramente libres de la necesidad de hacer trabajo físico.
Ilustró de una manera práctica lo que pueden hacer los laicos consagrados en
muchos lugares donde la gente no está enterada de las verdades del evangelio.
Su costumbre inspiró en muchos humildes trabajadores el deseo de hacer lo que
podían para el adelanto de la causa de Dios, mientras se sostenían al mismo tiempo
con sus labores cotidianas. Aquila y Priscila no fueron llamados a dedicar todo su
tiempo al ministerio del evangelio; sin embargo, estos humildes obreros fueron
usados por Dios para enseñar más perfectamente a Apolos el camino de la verdad.
El Señor emplea diversos instrumentos para el cumplimiento de su propósito;
mientras escoge a algunos con talentos especiales para dedicar todas sus energías
a la obra de enseñar y predicar el evangelio, muchos otros, que nunca fueron
ordenados mediante la imposición de manos humanas, son llamados a realizar una
parte importante en la salvación de las almas.
Hay un gran campo abierto ante los obreros evangélicos de sostén propio.
Muchos pueden adquirir una valiosa experiencia en el ministerio mientras trabajan
parte de su tiempo en algún tipo de labor manual; y por este medio pueden
desarrollarse poderosos obreros para un servicio muy importante en campos
necesitados.
El abnegado siervo de Dios que trabaja incansablemente en la difusión de la
palabra y la doctrina, lleva en su corazón una pesada carga. No mide su trabajo
por horas. Su salario no influye en su labor, ni abandona su deber por causa de las
condiciones desfavorables. Recibió del cielo su comisión, y del cielo espera su
recompensa cuando haya terminado la obra que se le ha confiado.—
Los Hechos
de los Apóstoles, 286, 287
.
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