El mayor don, 2 de octubre
Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el
cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en
nuestros corazones.
2 Corintios 1:21, 22
.
Era imposible para Dios dar más que el Espíritu Santo. No podía añadirse algo
más a este don. Con él, todas nuestras necesidades quedan suplidas. El Espíritu
Santo es la presencia vital de Dios, la cual, si es apreciada, generará alabanzas y
gratitud, y saltará continuamente para vida eterna. La instauración del Espíritu
es el pacto de gracia. Pero, ¡cuán pocos aprecian este gran don, tan costoso y,
sin embargo, tan gratuito para todos los que quieren aceptarlo! Cuando la fe se
aferra de esta bendición, recibimos abundantes bendiciones espirituales. Pero
demasiado a menudo no es apreciado. Necesitamos un concepto más amplio a fin
de comprender su valor...
¡Oh, qué amor y condescendencia asombrosos! El Señor Jesús anima a sus
creyentes a que pidan el Espíritu Santo. Al presentar la paternal ternura de Dios,
procura estimular la fe en la recepción del don. El Padre celestial está más dis-
puesto a dar el Espíritu Santo a los que se lo piden, que los padres terrenales a dar
buenas dádivas a sus hijos.
¿Qué dádiva más grande podría prometerse? ¿Qué más se necesita para des-
pertar una respuesta en cada persona, para inspirarla a anhelar este gran don?
¿Nuestras súplicas indiferentes no deberían transformarse en peticiones de intenso
deseo de recibir esta gran bendición?
No pedimos suficiente de las cosas buenas que Dios ha prometido. Si nos ele-
váramos más alto y esperáramos más, nuestras peticiones revelarían la influencia
vitalizadora que se concede a cada creyente que pide con la plena expectativa de
ser oído y atendido. El Señor no es glorificado con una súplica débil que muestra
que no se espera nada. El desea que todo creyente se acerque al trono de gracia
con fervor y certeza.—
The Signs of the Times, 7 de agosto de 1901
.
[287]
293