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El espíritu se mueve en nuestro medio, 21 de enero
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha
dado de su Espíritu.
1 Juan 4:13
.
Aunque no podamos ver al Espíritu de Dios, sabemos que bajo su acción el
hombre, que estaba muerto en transgresiones y pecados, es convencido y con-
vertido. El descuidado y díscolo llega a ser serio. El endurecido se arrepiente de
sus pecados, y el que no tiene fe se hace creyente. El jugador, el borrachín y el
licencioso se vuelve firme, sobrio y puro. El rebelde y obstinado llega a ser dócil
y semejante a Cristo. Cuando observamos estos cambios, podemos estar seguros
de que el poder transformador de Dios ha convertido a esa persona. No vemos al
Espíritu, pero sí es posible captar las evidencias de su obra que cambia el carácter
del más endurecido y obstinado de los pecadores. Así como el viento mueve con
su fuerza al más elevado de los árboles y los derriba, del mismo modo el Espíritu
Santo puede actuar en el corazón humano, sin que ningún hombre finito pueda
circunscribir la obra de Dios.
Su Espíritu se manifiesta en cada persona de maneras diferentes. Aunque
algunos tiemblen ante el poder de Dios y el de su Palabra, sus convicciones llegan
a ser tan profundas que, aun cuando estalle en su corazón un huracán o una
agitación de sentimientos, su ser entero se postra inconmovible ante el poder
convincente de la verdad. Cuando el Señor perdona al pecador arrepentido, éste
se llena del amor de Dios, de fervor y de energía. Al ser recibido, el Espíritu que
da vida no puede ser reprimido. Cristo en él es una fuente de agua que brota para
vida eterna. Sus sentimientos de amor son tan hondos y ardientes como lo fue su
angustia y agonía. Se asemeja a una fuente profunda que se rompe y se derrama
en acción de gracia y alabanza, en agradecimiento y felicidad; hasta las arpas
celestiales sintonizan con sus notas de regocijo. La historia que tiene para relatar
no la cuenta de un modo conciso, común y metódico. Es un creyente rescatado
por los méritos de Cristo Jesús, y su ser entero se conmueve con la realización de
la salvación de Dios.—
The Review and Herald, 5 de mayo de 1896
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