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Sintamos nuestra necesidad espiritual, 7 de octubre
Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino
que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Lucas
18:13
.
Deberíamos estar a menudo en oración. El derramamiento del Espíritu Santo
vino en respuesta a la oración ferviente. Noten este hecho en relación con los
discípulos. El registro dice: “Estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino
del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la
casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de
fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu
Santo”.
Hechos 2:1-4
.
No estaban reunidos para relatar chismes escandalosos, ni para exponer cada
mancha que pudieran encontrar en el carácter de un hermano. Sentían su necesidad
espiritual, y clamaron al Señor por la santa unción que los ayudaría a vencer sus
propias debilidades, con el propósito de prepararlos para la obra de salvar a otros.
Oraron con intenso fervor pidiendo que el amor de Cristo fuera derramado en sus
corazones.
Esta es hoy la gran necesidad en cada iglesia del planeta. Porque “si alguno
está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas”.
2 Corintios 5:17
. Lo que es objetable en el carácter es eliminado por el
amor de Jesús. Todo egoísmo es expulsado, toda envidia, toda maledicencia es
arrancada de raíz, y se opera una transformación radical en el corazón. “Mas el
fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, manse-
dumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.
Gálatas 5:22, 23
. “Y el fruto
de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”.
Santiago 3:18
.
Pablo dice que “en cuanto a la ley”—en lo que respecta a actos externos—era
“irreprensible”; pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, y se miró en
el santo espejo, se vio a sí mismo como pecador. Juzgado por una norma humana,
era sin pecado; pero cuando miró en las profundidades de la ley de Dios, y se vio
a sí mismo como Dios lo veía, se inclinó humildemente y confesó su culpa.—
The
Review and Herald, 22 de julio de 1890
.
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