La obra de Dios caracterizada por la serenidad, 18 de
noviembre
Pero hágase todo decentemente y con orden.
1 Corintios 14:40
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Encontré a un hombre y a su esposa que afirmaban obedecer la Palabra de
Dios y creer en los testimonios. Habían tenido una experiencia inusitada durante
los dos o tres años pasados. Parecían ser gente sincera...
Dije a este hermano y a su esposa que la experiencia que yo había tenido en
mi juventud, poco después de transcurrida la fecha de 1844, me había conducido
a ser sumamente precavida en la aceptación de cualquier cosa parecida a lo que
en aquel tiempo enfrentamos y reprochamos en el nombre del Señor.
No podría infligirse un daño mayor a la obra de Dios en esta época que el
que le causaríamos si permitiésemos que se introdujera en nuestras iglesias un
espíritu de fanatismo acompañado por conductas extrañas, que se considerarían
equivocadamente como la obra del Espíritu de Dios.
A medida que este hermano y su esposa referían sus experiencias, que ellos
pretendían haber tenido como resultado de haber recibido el Espíritu Santo con
poder apostólico, tuve la impresión de que se trataba de una copia de aquello a
lo cual habíamos tenido que hacer frente y corregir en nuestros primeros días de
existencia.
Hacia el final de nuestra entrevista, el Hno. L propuso que oráramos juntos,
pensando que posiblemente durante la oración su esposa experimentaría aquello
que me habían descrito, y que entonces yo estaría en condiciones de discernir si eso
procedía del Señor o no. No pude consentir en ello, porque se me ha indicado que
cuando una persona ofrece exhibir tales manifestaciones peculiares, eso constituye
una clara evidencia de que no se trata de la obra de Dios.
No debemos permitir que estos incidentes nos desanimen. De tiempo en
tiempo nos veremos frente a casos tales. No demos lugar a ejercicios extraños
que alejan la mente de la dirección profunda del Espíritu Santo. La obra de
Dios se ha caracterizado siempre por la serenidad y la dignidad. No podemos
permitirnos aprobar ninguna cosa que produzca confusión y debilite nuestro fervor
con respecto a la gran obra que Dios nos ha encomendado realizar en el mundo, a
fin de prepararlo para la segunda venida de Cristo.—
Mensajes Selectos 2:47, 48
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