Desaparecerá el temor a la testificación, 26 de noviembre
Diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese
nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis
echar sobre nosotros la sangre de ese hombre. Respondiendo Pedro y los
apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
Hechos 5:28, 29
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Oí que los revestidos de la armadura proclamaban poderosamente la verdad,
con fructíferos resultados. Muchas personas habían estado atadas; algunas esposas
por sus consortes, y algunos hijos por sus padres. Las personas sinceras, que hasta
entonces habían sido impedidas de oír la verdad, adhirieron ardientemente a ella.
Desvanecióse todo temor a los parientes y sólo la verdad les parecía sublime.
Habían tenido hambre y sed de la verdad, y ésta les era más preciosa que la vida.
Pregunté por la causa de tan profundo cambio y un ángel me respondió: “Es la
lluvia tardía; el refrigerio de la presencia del Señor; el potente pregón del tercer
ángel”.
Aquellos escogidos tenían gran poder. Dijo el ángel: “Mirad”. Vi a los impíos
o incrédulos. Estaban todos en gran excitación. El celo y la potencia del pueblo
de Dios los había enfurecido. Confusión, por doquiera dominaba la confusión. Vi
que se tomaban medidas contra la hueste que tenía la luz y el poder de Dios. Pero
esta hueste, aunque rodeada por densas tinieblas, se mantenía firme, aprobada por
Dios y confiada en él. Los vi perplejos.
Luego los oí clamar a Dios con fervor. Ni de día ni de noche dejaban de orar:
“¡Hágase, Señor, tu voluntad!” “Si ha de servir para gloria de tu nombre, da a tu
pueblo el medio de escapar. Líbranos de los paganos que nos rodean. Nos han
sentenciado a muerte; pero tu brazo puede salvarnos”. Tales son las palabras que
puedo recordar. Todos parecían hondamente convencidos de su insuficiencia y
manifestaban completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, todos sin
excepción, como Jacob, oraban y luchaban fervorosamente por su liberación.—
The
Review and Herald, 31 de diciembre de 1857
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