Por la sangre del cordero, 26 de diciembre
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra
del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Apocalipsis 12:11
.
Consideremos la vida y el sufrimiento de nuestro precioso Salvador en nuestro
favor, y recordemos que si no estamos dispuestos a soportar pruebas, fatigas,
conflictos, y a participar con Cristo en sus sufrimientos, seremos considerados
indignos de ocupar un lugar junto a su trono.
Como en el conflicto con nuestro poderoso enemigo tenemos todo para ganar,
no podemos atrevernos a ceder a sus tentaciones ni por un momento. Sabemos que
con nuestras propias fuerzas no es posible tener éxito. Pero Cristo, al humillarse y
tomar sobre sí la naturaleza humana, se familiarizó con nuestras necesidades al
padecer las tentaciones más duras que el hombre alguna vez tuvo que soportar.
Conquistó al enemigo al resistir sus sugerencias a fin de que el hombre pueda
aprender cómo ser un conquistador. Estuvo revestido con un cuerpo como el
nuestro y en todo aspecto sufrió lo que el hombre puede llegar a sufrir, y mucho
más. Nunca seremos llamados a sufrir como Cristo sufrió porque los pecados, no
de uno sino de todo el mundo, fueron puestos sobre Jesús. El soportó humillación,
vituperio, sufrimientos y muerte, para que al seguir su ejemplo pudiéramos ser
salvos y heredar la vida eterna.
Cristo es nuestro modelo, el perfecto y santo ejemplo que nos ha sido dado
para emularlo. Nunca podremos igualarlo, pero podemos imitarlo y asemejarnos
a él de acuerdo al conocimiento y la relación que con él tengamos, y a la gracia
que él nos haya concedido. Cuando caemos totalmente impotentes, sufriendo las
consecuencias de nuestra concepción de pecaminosidad; cuando nos humillamos
ante Dios afligiendo nuestro ser con verdadero arrepentimiento y contrición;
cuando le ofrecemos nuestras fervientes oraciones en el nombre de Cristo, seremos
bien recibidos por el Padre al entregarle completa y sinceramente nuestra vida.
En lo más íntimo de nuestro ser deberíamos darnos cuenta de que todos nuestros
esfuerzos son totalmente inútiles por ellos mismos, pues sólo en el nombre y por
la fuerza del Conquistador es que podremos ser vencedores.—
The Review and
Herald, 5 de febrero de 1895
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