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Fortalecimiento interior, 7 de febrero
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos
conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si
por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
Romanos 8:12,
13
.
La promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni raza. Cristo
declaró que la influencia divina de su Espíritu estaría con sus seguidores hasta
el fin. Desde el día del Pentecostés hasta ahora, el Consolador ha sido enviado a
todos los que se han entregado plenamente al Señor y a su servicio. A todo el que
ha aceptado a Cristo como Salvador personal, el Espíritu Santo ha venido como
consejero, santificador, guía y testigo. Cuanto más cerca de Dios han andado los
creyentes, más clara y poderosamente han testificado del amor de su Redentor y
de su gracia salvadora. Los hombres y las mujeres que a través de largos siglos de
persecución y prueba gozaron de una medida de la presencia del Espíritu en sus
vidas, se destacaron como señales y prodigios en el mundo. Revelaron ante los
ángeles y los hombres el poder transformador del amor redentor.
Los que en Pentecostés fueron dotados con el poder de lo alto, no quedaron
desde entonces libres de tentación y prueba. Como testigos de la verdad y la
justicia, repetidas veces eran asaltados por el enemigo de toda verdad, que trataba
de despojarlos de su experiencia cristiana. Estaban obligados a luchar con todas
las facultades dadas por Dios para alcanzar la medida de la estatura de hombres y
mujeres en Cristo Jesús. Oraban diariamente en procura de nuevas provisiones
de gracia para poder elevarse más y más hacia la perfección. Bajo la obra del
Espíritu Santo, aun los más débiles, ejerciendo fe en Dios, aprendían a desarrollar
las facultades que les habían sido confiadas y llegaron a ser santificados, refinados
y ennoblecidos. Mientras se sometían con humildad a la influencia modeladora
del Espíritu Santo, recibían de la plenitud de la Deidad y eran amoldados a la
semejanza divina.—
Los Hechos de los Apóstoles, 40, 41
.
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