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Un carácter semejante a Cristo, 18 de febrero
Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Colosenses 3:3
.
Jesús es el modelo perfecto. En lugar de complacer al yo y de hacer lo que
nos parece, tratemos de reflejar su imagen. El fue bondadoso y cortés, tierno y
compasivo. ¿Somos semejantes a él en estas virtudes? ¿Deseamos que nuestras
vidas tengan la fragancia de las buenas obras? Lo que necesitamos es la sencillez
de Cristo. Temo que un espíritu duro e insensible, enteramente diferente del
Modelo divino, haya tomado posesión del corazón de no pocos. Esta conducta
inflexible, alimentada por muchos que la consideran una virtud, tiene que ser
removida para estar en condiciones de amar a otros, como Cristo nos amó a
nosotros.
No es suficiente que nos limitemos a la simple expresión de fe. Se necesita más
que un asentimiento nominal. Debe haber un conocimiento real; una experiencia
genuina en los principios de la verdad que está en Cristo. El Espíritu Santo debe
obrar en el interior para exponer estos principios a la fuerte luz de un conocimiento
claro acerca de ellos, y, al conocer su poder, dejar que actúe en la vida. La mente
debe rendir obediencia a la real ley de la libertad, que es impresa en el corazón
y llega a ser entendida plenamente gracias al Espíritu Santo. La expulsión del
pecado debe ser un acto del mismo ser, basado en el ejercicio de sus más nobles
facultades. La única libertad de la cual puede disfrutar la voluntad finita está en
ponerse en armonía con la voluntad de Dios, cumpliendo con las condiciones que
le permiten al hombre ser participante de la naturaleza divina por haber huido de
la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia...
El carácter humano, deformado por el pecado, es depravado y terriblemente
diferente del que tuvo el primer hombre cuando salió de las manos del Creador.
Jesús se propuso tomar la pecaminosa deformidad humana y, en cambio, devolverle
su propio carácter hermoso y excelente. Se compromete a renovar todo el ser
mediante la verdad. El error no puede realizar esta obra de regeneración; sin
embargo, necesitamos tener visión espiritual para poder discernir entre la verdad y
la falsedad, a fin de no caer en las trampas del enemigo.—
The Review and Herald,
24 de noviembre de 1885
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