Con la mente de Cristo, 19 de febrero
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas
nosotros tenemos la mente de Cristo.
1 Corintios 2:16
.
A medida que la verdad convierte al hombre, comienza la transformación
del carácter. Como resultado de la obediencia se produce el aumento de la com-
prensión. La mente y la voluntad de Dios llegan a ser las suyas, y al buscar
permanentemente el consejo de la Deidad, el discernimiento crece en forma cons-
tante. Bajo la dirección del Espíritu de Dios se produce un desarrollo general de
las facultades mentales que son consagradas a él sin reservas.
Esta no es una educación unilateral, que desarrolla sólo una parte del carácter.
Al contrario, revela los principios del desarrollo armonioso de todo el ser. Al
superar las debilidades del carácter vacilante, la piedad y la devoción continua
establecen tal relación con Jesús, que la persona llega a tener la mente de Cristo.
Además, al desarrollar claridad de percepción, y también principios firmes y
saludables, el creyente llega a ser uno con Jesús, quien le imparte la sabiduría que
procede de Dios, fuente de toda luz y comprensión.
La gracia divina se derrama sobre el ser humilde, obediente y concienzudo a
semejanza del Sol de Justicia, quien fortalece las facultades mentales de los que
se esfuerzan en utilizar los talentos al servicio del Maestro. En forma admirable,
y aunque parezca sin importancia, la obediencia fortalece y hace crecer en el
conocimiento de Jesús, práctica que habilita para llevar muchos frutos en buenas
obras para la gloria de Dios. Fue así como los que han sido notables por sus
logros, aprendieron las más preciosas lecciones del ejemplo de quienes el mundo
considera ignorantes. Sin embargo, éstos podrían haber tenido una visión más
profunda si hubiesen obtenido niveles más altos de conocimiento en la enseñanza
formal y también en la escuela de Cristo.
Cuando se estudia la Palabra de Dios, se produce una notable apertura y forta-
lecimiento de las facultades mentales. Mediante la asimilación de las Escrituras, y
gracias a la intervención del Espíritu Santo, es como la verdad divina entra en el
corazón para purificar y refinar todo el ser.—
The Review and Herald, 19 de julio
de 1887
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