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Permanecer en él, 20 de febrero
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí.
Juan 15:4
.
Debemos orar para que se nos imparta el divino Espíritu, que es el único
remedio para la enfermedad del pecado. Las verdades de la revelación, sencillas
y fáciles de entender, son aceptadas por muchos como algo que satisface lo que
es básico y esencial para la vida. Pero cuando el Espíritu Santo actúa sobre la
mente, despierta el deseo más intenso por toda la verdad incorruptible. El que
realmente desea conocerla, no permanecerá en la ignorancia, ya que la preciosa
verdad recompensa al que la busca con diligencia. Necesitamos sentir el poder
de conversión de la gracia de Dios. Insto a todos los que se distanciaron de
su Espíritu a que destraben la puerta de sus corazones, y supliquen con fervor:
Habita en mí. ¿No deberíamos postrarnos ante el trono de la gracia para que el
buen Espíritu de Dios sea derramado sobre nosotros, tal como sucedió con los
discípulos? Su presencia ablanda corazones endurecidos y los inunda de alegría y
regocijo transformándolos en canales de bendición.
El Señor desea que cada uno de sus hijos sea rico de esa fe que es fruto de la
actuación del Espíritu Santo en la mente. Además de habitar en cada creyente que
desea recibirlo, al impenitente habla palabras de advertencia para mostrarle a Jesús
como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También hace que la luz
brille en la mente de los que están deseosos de cooperar con Dios, impartiéndoles
eficiencia y sabiduría para realizar su obra.
El Espíritu Santo jamás deja sin asistencia al que contempla a Jesús. Al que
lo busca, le muestra las cosas que son de Cristo. Si sus ojos permanecen fijos
en Jesús, la obra del Espíritu Santo no cesa hasta que el creyente es conformado
a la imagen del Maestro. En virtud de la bendita influencia del Consolador, los
propósitos y el espíritu del pecador cambian hasta llegar a ser uno con Dios. Sus
afectos por él aumentan, tiene hambre y sed de su justicia, y, al contemplar a
Cristo, es transformado de gloria en gloria y de un carácter a otro mejor, hasta ser
más y más semejante al Maestro.—
The Signs of the Times, 27 de setiembre de
1899
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