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Cooperar con el espíritu, 25 de febrero
Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi
presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor.
Filipenses 2:12
.
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
2 Corintios 5:17
. Nada, a no ser el
poder divino, puede regenerar el corazón humano e infundir al creyente el amor de
Cristo a fin de que lo manifieste a otros por los cuales él también murió. El fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre
y templanza. Cuando Dios convierte a una persona le da nuevas inclinaciones por
las cosas morales, y nuevas y poderosas motivaciones para que pueda apreciar
lo mismo que Dios ama. Su vida queda asegurada por la dorada cadena de las
inmutables promesas de Cristo. El amor, el regocijo, la paz y una gratitud inex-
presable llenarán el ser entero; la expresión del que recibe estas bendiciones será:
“Tu benignidad me ha engrandecido”.
Salmos 18:35
.
Sin embargo, los que sin esfuerzo alguno de su parte esperan ver un cambio
mágico en su carácter, sufrirán un chasco. Los que acuden a Cristo, mientras lo
contemplen, no tienen razones para temer, ni tampoco motivos para poner en duda
su capacidad de salvar hasta lo sumo. Constantemente deberíamos desconfiar de
nuestra vieja naturaleza, que puede reconquistar la supremacía, si el enemigo logra
hacernos caer en alguna trampa inventada para que volvamos a ser cautivos suyos.
Debemos obrar nuestra propia salvación con temor y temblor, porque Dios
es el que en nosotros produce así el querer como el hacer por su buena voluntad.
Con nuestro poder limitado tenemos que llegar a ser tan santos en nuestra esfera
como Dios lo es en la suya. Según nuestras capacidades, debemos dar a conocer
la verdad, el amor y la excelencia del carácter divino. Así como la cera recibe la
impresión del sello, el creyente debe registrar la impronta del Espíritu de Dios
para retener la imagen de Cristo.
Diariamente debemos crecer en amor espiritual. En nuestros esfuerzos por
copiar el Modelo divino podremos tener fracasos frecuentes, y quizá muchas veces
tengamos que inclinarnos para llorar a los pies de Cristo a causa de nuestros
negligencias y errores. Pero no debemos desanimarnos; necesitamos orar con
mayor fervor, creer más, y volver a probar en forma más resuelta con el propósito
de poder crecer a la semejanza de nuestro Señor.—
The Signs of the Times, 26 de
diciembre de 1892
.
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