Hechos a su imagen, 24 de febrero
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Espíritu del Señor.
2 Corintios 3:18
.
En su glorificada humanidad Jesús ascendió al cielo para interceder en favor
de los agobiados por el pecado y por los que padecen luchas interiores. “Porque no
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”.
Hebreos 4:15, 16
.
Continuamente deberíamos estar mirando a Jesús, el Autor y el Consumador de
la fe. Al contemplarlo seremos transformados a su imagen, y nuestro carácter
llegará a ser semejante al suyo. Deberíamos regocijarnos de que el juicio haya
sido dado al Hijo, quien, gracias a su humanidad, pudo familiarizarse con todas
las dificultades que acosan al ser humano.
En la medida que aprendamos en la escuela de Cristo, y al ir asimilando
su espíritu y su mente, seremos santificados y llegaremos a ser partícipes de la
naturaleza divina. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como
en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la
misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
2 Corintios 3:18
. Es imposible
que uno cambie como resultado de sus propias facultades y esfuerzo. Sólo por
el Consolador, el Espíritu Santo, que Jesús prometió enviar al mundo, puede
producirse la transformación del carácter a la imagen de Cristo; y al lograrse
este cambio, como en un espejo reflejaremos la gloria del Señor. La persona que
observa el carácter del que contempla a Jesús ve la misma semejanza como si
estuviera viéndolo a él en un espejo. Imperceptiblemente para nosotros, nuestra
manera de ser y actuar diariamente es transformada a la imagen del amoroso
carácter de Cristo. De este modo es como crecemos en Jesús e inconscientemente
reflejamos su carácter.
Los cristianos profesos se mantienen muy cerca de los niveles más bajos
de la tierra. Sus ojos están acostumbrados a mirar sólo cosas comunes, y sus
mentes a reflexionar en lo que los ojos se habitúan a contemplar. Generalmente su
experiencia religiosa es superficial e insatisfactoria, y sus palabras son livianas y
sin valor. ¿Cómo pueden en esas condiciones reflejar la imagen de Cristo? ¿Cómo
podrán difundir los brillantes rayos del Sol de Justicia en los lugares oscuros de la
tierra? Ser cristiano es ser semejante a Cristo.—
The Review and Herald, 28 de
abril de 1891
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—RP
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