Bondad, 8 de marzo
Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella
darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado,
y por tus palabras serás condenado.
Mateo 12:36, 37
.
Dios desea que individualmente adoptemos una posición que le permita hacer-
nos depositarios de su amor. Por considerar que el ser humano es de muchísimo
valor, lo redimió mediante el sacrificio de su Hijo unigénito. Por lo tanto, en
nuestro prójimo debemos ver a alguien rescatado por la sangre de Cristo. Si nos
amamos entre nosotros, continuaremos creciendo en amor por Dios y por la ver-
dad. Duele mucho el corazón al ver cuán poco se cultiva el amor en nuestro medio.
El amor es una planta de origen celestial, y si deseamos que florezca en nuestros
corazones, debemos cultivarlo diariamente. La apacibilidad, la delicadeza, el no
dejarse irritar con facilidad, el soportar todas las cosas y el ser paciente constituyen
preciosos frutos del árbol del amor.
Al estar con otros, cuide sus palabras. Que la conversación sea de tal naturaleza
que no necesite arrepentirse. “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el
cual fuisteis sellados para el día de la redención”.
Efesios 4:30
. “El hombre bueno,
del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro
saca malas cosas”.
Mateo 12:35
. Si usted tiene el amor de Dios en su corazón y
ama la verdad, con la fe más santa deseará contribuir al desarrollo de su hermano.
Si oye algún comentario que perjudica a un amigo o hermano, no lo fomente; es
obra del enemigo. Al que lo exprese, bondadosamente recuérdele que la Palabra
de Dios prohíbe esa clase de conversación.
Debemos vaciar el corazón de todo lo que profane el templo del creyente para
que Cristo pueda habitar en él. Nuestro Redentor nos ha dicho cómo podemos
darlo a conocer al mundo. Si apreciamos al Espíritu, manifestaremos amor por los
otros, velaremos por sus intereses, y si, gracias a esos frutos, somos bondadosos,
pacientes y perdonadores, el mundo tendrá las evidencias de que somos hijos de
Dios. Es la unidad en la iglesia la que nos capacita para ejercer una concienzuda
influencia entre los no creyentes y los mundanos.—
The Review and Herald, 5 de
junio de 1888
.
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