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Caridad, 14 de marzo
¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad,
soltar las cargas de opresión, y dejar libres a los quebrantados, y que
rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los
pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y
no te escondas de tu hermano?
Isaías 58:6, 7
.
Esta es una verdad, una preciosa verdad de influencia santificadora. La santifi-
cación del ser, por obra del Espíritu Santo, es la implantación de la naturaleza de
Cristo en la humanidad. La gracia del Señor Jesucristo, revelada en el carácter, se
manifestará en forma activa por intermedio de las buenas obras. De este modo, el
carácter se transforma más y más perfectamente a la imagen de Cristo, en justicia
y verdadera santidad.
En la verdad divina existen requisitos muy abarcantes acerca de las buenas
obras, que de un paso a otro se van ampliando. Las verdades del evangelio no
son inconexas. Como en el ministerio personal de Cristo, forman una cadena de
joyas celestiales que, a semejanza de hilos dorados, se tejen en toda la obra y la
experiencia cristiana...
Cualquier negligencia por parte de los que dicen ser seguidores de Cristo,
un descuido en socorrer a los hermanos y hermanas necesitadas que cargan con
el yugo de la pobreza y la opresión, es registrado en los libros del cielo como
hecho a Cristo en la persona de sus santos. ¡Qué cuenta pedirá el Señor a tantos
que presentan las palabras de Cristo a otros, pero fallan en manifestar tierna
consideración y respeto por un hermano en la fe que es menos afortunado y
próspero que ellos mismos...! No son pocos los que no prestan ayuda a un hermano
en problemas debido a circunstancias adversas y, al mismo tiempo, quieren dar
la impresión a esas preciosas criaturas de que son representantes de Cristo. No
existe tal cosa. Jesús, habiendo sido rico, por amor a nosotros se hizo pobre, para
que a causa de su pobreza podamos ser enriquecidos. Para poder salvar al pecador,
ni siquiera estimó su propia vida. A Cristo siempre lo conmueve el infortunio
humano.—
Manuscrito 34, 1894
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