Fraternidad, 19 de marzo
La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros
somos unos. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para
que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como
también a mí me has amado.
Juan 17:22, 23
.
Se presentan grandes desafíos al esfuerzo cristiano; lamentablemente estamos
muy distantes de alcanzarlos. Si nuestras prácticas armonizaran con los planes del
Señor, los resultados serían gloriosos. El dice: “Mas no ruego solamente por éstos,
sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos
sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Juan 17:20, 21
.
Jesús no oró por lo que están fuera de nuestro alcance. Y si la unidad es posible,
¿por qué los seguidores de Cristo no luchamos con más intensidad para alcanzar
este don de su gracia? Cuando seamos uno con Cristo, llegaremos a ser uno con
sus otros seguidores. Nuestra mayor necesidad es Jesús, la esperanza de gloria.
Mediante el Espíritu Santo es posible lograr dicha unidad; con ella abundará el
amor entre los hermanos, y la gente reconocerá que lo aprendimos al estar con
Jesús. Nuestras vidas serán un reflejo de su carácter santo si representamos su
mansedumbre de espíritu y su delicadeza de comportamiento. Individualmente, la
iglesia de Dios debe responder la oración de Cristo hasta que todos lleguemos a la
unidad del Espíritu.
¿Cuáles son las causas de las disensiones y las discordias? Es el resultado
de vivir sin relacionarnos con Cristo. Al alejarnos dejaremos de amarlo, y, como
consecuencia, se enfriará nuestras relaciones con otros seguidores del Maestro.
Cuanto más lejos se retiran los rayos de luz de su centro, tanto mayor será la
distancia que separará al uno del otro. Cada creyente es un rayo de luz de Cristo,
el Sol de Justicia. Cuanto más cerca estemos de Jesús, el centro de luz y amor, más
intenso será nuestro afecto por los otros portadores de la luz. Cuando los santos
permiten que Cristo los atraiga, mayor será la necesidad de sentirse cerca el uno
del otro por la santificadora gracia del Señor que ata sus corazones. No podemos
decir que amamos a Dios si fallamos en amar a nuestros hermanos.—
The Ellen G.
White 1888 Materials, 1048, 1049
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