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Confianza, 26 de marzo
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón.
Hebreos
10:35
.
El apóstol Juan escribe: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si
pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él
nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que
le hayamos hecho”.
1 Juan 5:14, 15
. Transmitámosle a la gente estas promesas
para que sus conceptos se amplíen y su fe crezca. Deberíamos instarla a pedir las
riquezas de su gracia con insistencia, y a esperar sin dudar, ya que por intermedio
de Jesús podemos entrar a la cámara de audiencias del lugar santísimo. Gracias a
sus méritos tenemos acceso al Padre por intermedio del Espíritu.
¡Oh, que podamos tener una experiencia más profunda en la oración! Aproxi-
mémonos a Dios con toda confianza sabiendo que contamos con la presencia y
el poder de su Santo Espíritu. Al confesar nuestros pecados, en el momento que
lo solicitemos, podemos tener la certeza del perdón de nuestras transgresiones
basados únicamente en su promesa. Necesitamos ejercer fe, y expresar la verdad
con ahínco y humildad. Sin embargo, desprovistos del Espíritu Santo nunca po-
dremos hacerlo. Por eso, negando al yo y dejando de cultivar la exaltación propia,
con toda sencillez deberíamos buscar al Señor para solicitar el Espíritu Santo, así
como un niño pide pan a sus padres.
Debemos hacer la parte que nos corresponde: aceptar a Cristo como nuestro
Salvador personal. Al permanecer bajo la cruz del Calvario podremos “mirar para
vivir”. Dios apartó a sus hijos para sí mismo, y, en la medida que se relacionen
con él, recibirán poder para prevalecer. Por nosotros mismos nada podemos hacer.
Pero, por intermedio de su Santo Espíritu, se importen al creyente la vida y la luz
para que pueda llenarse de un deseo vehemente y sincero de Dios y de su santidad.
Gracias a que el Dios del cielo nos ama, vistiéndonos de su justicia, Cristo nos
conduce al trono de la misericordia. Seríamos ciegos y tercos al dudar de que
su corazón está de nuestra parte. Mientras el Intercesor, Jesús, aboga en el cielo
en nuestro favor, el Espíritu Santo actúa en nosotros así el querer como el hacer
por medio de su buena voluntad. Todo el cielo está interesado en la salvación
del creyente. Entonces, ¿qué razones tenemos para dudar de que el Señor desea
ayudarnos?—
The Signs of the Times, 3 de octubre de 1892
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