Piedad, 27 de marzo
Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.
Génesis
5:24
.
La piedad es el fruto del carácter cristiano. Si permanecemos en la vid, produ-
ciremos los frutos del Espíritu. La vida de la vid se manifiesta por intermedio de
los sarmientos. Debemos mantener una estrecha e íntima relación con el cielo si
deseamos poseer la virtud de la piedad. Si deseamos reflejar su imagen, y quere-
mos demostrar que somos hijos e hijas del Altísimo, en nuestros hogares Jesús
debe ser huésped y miembro de la familia.
La religión en el hogar es fundamental. Si el Señor habita entre sus integrantes,
sentiremos que somos miembros de la familia celestial. El ser conscientes de que
hay ángeles del cielo que nos observan, contribuirá para que seamos amables y
pacientes. Necesitamos prepararnos para entrar en las cortes celestiales, y para
ello debemos cultivar la cortesía, la piedad, la conversación santa y centrar los
pensamientos en temas de origen celestial.
Enoc caminó con Dios. Honró al Señor en cada asunto de su vida. En el
trabajo o en el hogar, siempre preguntaba: “¿Agradará esto al Señor?” Al tener en
mente a Dios y al aceptar sus consejos, fue produciéndose la transformación del
carácter de tal manera que lo convirtió en un hombre piadoso, cuya vida agradó al
Señor. Tenemos la exhortación de añadir a la piedad, afecto fraternal. ¡Oh, cuánto
necesitamos avanzar en esta dirección para poder sumar dicha virtud al carácter!
En muchos hogares predomina un espíritu duro y combativo. Las expresiones de
crítica y las acciones desprovistas de bondad son una ofensa a Dios. Las órdenes
dictatoriales, arrogantes, y las conductas dominantes no son aceptables en el cielo.
La razón por la cual existen tantas diferencias entre los hermanos, es por que
se han equivocado al no añadir a su carácter la bondad fraternal. Deberíamos
manifestar por los otros el mismo amor que Cristo siente por nosotros.
El Señor del cielo considera al ser humano de gran estima. Pero si una persona
no es bondadosa en el seno de su propio familia, no está en condiciones para
participar del hogar celestial. Si está contenta con su manera de ser, sin importarle
las heridas causadas por su trato, no podrá sentirse feliz en el cielo, a menos que
allí pueda gobernar. La paz de Dios permanecerá en el hogar sólo si permitimos
que el amor de Cristo tenga el control del corazón.—
The Review and Herald, 21
de febrero de 1888
[98]
—RP
94