Santidad, 28 de marzo
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.
Hebreos 12:14
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Desde la eternidad Dios escogió para el hombre la opción de la santidad. “La
voluntad de Dios es vuestra santificación”. El eco de su voz llega hasta nosotros,
diciéndonos: “Más santo, aún más santo”. Nuestra respuesta siempre debería ser:
“Sí, Señor, más santo todavía”.
Al nacer, nadie recibe la santidad como un derecho o como un regalo que otra
persona pueda darle. La santidad es un don que recibimos de Dios por intermedio
de Cristo. Los que aceptan al Salvador llegan a ser hijos espirituales de Dios.
Constituyen sus hijos nacidos de nuevo, renovados en la justicia y en la verdadera
santidad. Su mente cambia. Y al producirse la renovación de la visión, pueden
contemplar las realidades eternas. Gracias al Espíritu Santo, al ser adoptados en la
familia de Dios son transformados de gloria en gloria, a su semejanza. Después
de haber cultivado el amor al yo como algo supremo, ahora dedican al Padre y a
Cristo todo su amor.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo”. Justificar quiere decir perdonar. Al ser purgado de las obras
muertas, el corazón queda en condiciones de recibir todas las bendiciones. “Ocu-
paos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. “Haced todo sin
murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de
Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la
cual resplandecéis como luminares en el mundo”.
El amor de Dios abrigado en el corazón, y manifestado por medio de las
palabras y las acciones, hará más para elevar y ennoblecer a los seres humanos que
cualquier otro recurso. Este amor encuentra completa y total expresión en la vida
de Cristo. Sobre la cruz, el Salvador hizo expiación por la raza caída. La santidad
es fruto de ese sacrificio. Por su muerte se nos pudo hacer la promesa de este
gran don. El mayor anhelo de Cristo es otorgarnos la santidad. Desea hacernos
partícipes de su naturaleza. Quiere salvar a los que se separaron de Dios por su
propia cuenta. Los insta a que escojan servirlo y se entreguen completamente a él,
para que puedan aprender del Señor cómo hacer la voluntad de Dios.—
The Signs
of the Times, 17 de diciembre de 1902
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