Humildad, 29 de marzo
Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión, diciendo: Ahora, Señor, Dios
grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los
que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido
iniquidad, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus
mandamientos y de tus ordenanzas.
Daniel 9:4, 5
.
La santificación espuria, con su jactancioso espíritu de justicia propia, es
extraña a la religión de la Biblia. La mansedumbre y la sumisión son frutos del
Espíritu. El profeta Daniel fue un ejemplo de auténtica santificación. Su vida
fructífera se caracterizó por un incondicional servicio al Maestro. Fue una persona
muy amada por el cielo (véase
Daniel 10:11
), y se le concedió una honra tal que
raramente ha sido otorgada a los mortales. Además, la pureza de su carácter y su
fidelidad a toda prueba era igualada únicamente por la sumisión y contrición que
lo caracterizaban.
Este honroso profeta estaba tan identificado con el indiscutiblemente pecami-
noso pueblo de Israel que, en lugar de considerarse puro y santo, imploró: “Porque
no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus
muchas misericordias”. “Hemos pecado, hemos hecho impíamente”. “A causa de
nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el
oprobio de todos en derredor nuestro”.
Después afirmó: “Estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el
pecado de mi pueblo”
Daniel 9:18, 15, 16, 20
. Y al final, cuando el Hijo de Dios
vino en respuesta a sus plegarias con el propósito de instruirlo, testificó: “Mi
fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno”.
Daniel 10:8
.
Los que realmente están buscando la perfección del carácter jamás deben
dejarse dominar por la idea de que son sin pecado. Cuanto más se espacie la mente
en el carácter de Cristo, y cuando más se aproxime a su divina imagen, tendrá un
discernimiento más claro acerca de su perfección inmaculada; en consecuencia,
mayor y más profundo será el concepto de sus defectos y debilidades. Los que
piensan estar libres del pecado, manifiestan que están lejos de la santidad. Dicha
actitud es el resultado de no tener un conocimiento claro acerca de Cristo, pues
creen que pueden reflejar su divina imagen teniéndose a sí mismos como mode-
lo. Cuanto mayor sea la distancia entre el creyente y el Salvador, más justa se
considerará la persona en su propia opinión.—
The Spirit of Prophecy 4:301, 302
.
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